Los activistas canarios en pro de la independencia del Sáhara que fueron apalizados y detenidos en El Aiun son también, al parecer, apátridas: el gobierno del Estado al que creían pertenecer se ha apresurado a suscribir la versión autoexculpatoria del contrario, pues, por lo visto, vale más complacer y no contrariar al gobierno vecino que amparar a nuestros nacionales en el extranjero. En realidad, eso mismo hizo el Estado en su cobarde defección de 1975, darle la razón, contra toda razón, a Marruecos, y con ella el territorio y las vidas de los saharauis, que por aquél entonces eran también oficialmente españoles.
Ni Zapatero, ni Rubalcaba, ni Moratinos, estaban en El Aiun cuando una chusma agredió a nuestros compatriotas, que haciendo uso del principal derecho que consagra la Declaración Universal expresaban su solidaridad con los saharauis. Si no estaban, ¿ellos qué saben, sin haber emprendido investigación alguna, sobre lo que sucedió? Si no estaban, ¿cómo saben que los agresores no eran policías o agentes del régimen marroquí, contradiciendo alegremente el testimonio de los que sí estaban? Triste tradición es en España la de despojar de la nacionalidad española (ya que es imposible arrancar la condición de españoles) a muchos de sus hijos: se hizo con los moriscos, con los judíos, con los gitanos, con los leales al rey legítimo José I, con los demócratas del XIX, con los republicanos del XX (particularmente con aquellos que Franco y Serrano Súñer dejaron arder en los hornos crematorios nazis), con los saharauis, y ahora, técnicamente, con éstos activistas a los que hay que agradecer, cuando menos, el recordatorio de la vergüenza del Sáhara.
Esos compatriotas brutalizados en El Aiun le han debido parecer a Zapatero, que andaba zascandileando por China, unos revolucionarios peligrosos, malas compañías sólo aceptables para estafarles el voto. A tiempo está, no obstante, y por un prurito básico de responsabilidad política y de decencia, de devolverles la nacionalidad robada y de abandonar esa nefasta política de apaciguamiento que él confunde con la diplomacia.