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Asseguts a sa vorera

La felicidad, Kempo

Hoy, amigo lector, te voy a presentar a un colega. Se llama Kempo y es un pincher, un perro que lo mismo te pone de buen humor que te alegra el día. Kempo, como es normal, no sabe hablar, aunque no le falta empeño. Le encanta correr, correr y, cuando se cansa, seguir corriendo. La verdad es que puedes tener un día malísimo que él, en su adorable inconsciencia, se encarga de mejorarlo, aunque sea a base de besitos y saltos.

Kempo es el 'hijo' de Raquel y Albert. Entre los dos le han educado mucho mejor que otros padres y ahora el can se alegra cuando alguien le hace caso o le dedica un par de minutos. Kempo es 'un saco de buen rollo', como me gusta llamarlo, y como apenas pesa 8 kilos y mide 'pam i mig' no sirve como máquina de matar asesina y defensora del hogar. Pero estoy seguro de que si un ladrón entra en casa y se lo encuentra le quita las ganas de robar a base de simpatía.

¿Por qué hablo de Kempo? Fácil. Este simpático colega me ha enseñado una lección de esas que dan que pensar. El ser humano se pasa la vida buscando algo, esperando algo, tratando de tener la mejor casa o el mejor coche que le permita decir, que no sentir, que es feliz, sin saber que lo único que pasa es la propia vida, que se va gastando a cuentagotas. Queremos la televisión más grande y plana del mercado, las botas de fútbol que lleva Fulano Ronaldo o el perfume que usa Tontaco Armani. Y cuando lo tenemos, nos damos cuenta de que no somos felices, aunque por orgullo lo aparentamos. Por el qué dirán. Kempo, sincero y sencillo, es feliz cuando lo sacan a pasear y puede hacer sus 'pipis y popos' corriendo por una calle. En su 'ignorante' mundo no hay cochazos ni palacios ni televisiones ni Ronaldos. Él sabe que en este mundo nada es suyo, que no tiene nada, y que cuando su papá y su mamá le dan un hueso o lo llevan de paseo es lo mejor que le puede pasar en el día y lo aprovecha y lo saborea hasta límites insospechados. Hasta límites envidiables. Porque luego no aparenta ser feliz sino que lo es. Salta, corre, te hace mimitos y no cobra por ello.

Siento, en cierta medida, envidia de Kempo. Su ignorancia le hace ser feliz. No sabe más que apenas una pinzelada de este maravilloso lienzo que es la vida y con eso tiene una existencia plácida. Sabe quien es su papá y su mamá y los quiere y cuando no están los echa de menos. Y 'sólo' con esto Kempo ya es feliz.

dgelabertpetrus@gmail.com

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