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El difícil trabajo de ser juez

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Decía P. M. Quitard que para ir a un litigio hacen falta llevar tres sacos: un saco de papeles, un saco de dinero y un saco de paciencia.

Aquí, en la España que está pendiente de que le hagan justicia, más que un saco de paciencia, que también, hace falta que Dios nos dé salud. Algunos, con el saco de paciencia a cuestas, llevan la tira esperando el día y la hora que por fin el interminable proceso judicial en el que llevan años inmersos toque a su fin. Los hay que ya les va bien con la lenta lentitud de nuestra justicia, porque así, de esta suerte, ven como lo suyo prescribe y libran con bien de lo que nunca debieron librarse hasta pagar por lo que hicieron, presuntamente.

Uno, que en esto de la justicia es lego (*) de solemnidad, hace no pocos esfuerzos para entender algo de lo que lleva escrito nuestro ordenamiento jurídico. Por ejemplo, a mí me parece muy bien que aquel que no esté conforme con la sentencia de un proceso judicial, o dicho de otra manera, con la resolución de un juez o tribunal, pueda recurrir, pero ya les advierto que entonces sucederá que quien lo haga podrá volver a cargar, por lo menos, con el saco de la paciencia y probablemente con otro saco de dinero. Finalmente, con suerte, otro juez juzgará lo suyo y puede suceder que la nueva sentencia sea parecida o incluso igual, puede empeorar para la otra parte, no así para quien recurre (reformatio in penis), que siempre lo hará con la esperanza de que mejore lo que otro juez sobre su sentencia tuviera ya dictado. Entonces es cuando este lego, que no leguleyo, se pregunta: si en el primer juicio "la cosa" salió mal y en el segundo juicio salió bien… ¿podría entenderse que en el primer caso se equivocó el juez? Con estas y con otras dudas parecidas uno acaba por aceptar que se le forma en la cabeza como una magdalena muy grande porque vamos a ver, supongamos que por lo que cuesta, por lo carísimo que suele ser que a uno le hagan justicia y por la paciencia que se necesita viendo pasar los días, las semanas y a veces los años, viviendo en un sin vivir, aunque la primera sentencia no le haya favorecido, decida no recurrir. ¿Es justa la justicia a la que un juez ha dicho que tenía derecho? Supongamos que reclamaba el 100% sobre una suma económica y la justicia y un juez le han concedido el 50%, es decir, la mitad. Pero hete aquí que no conforme, recurre, y la justicia y otro juez reconocen entonces el 100%, motivo del litigio. Si no recurre, resulta que podría entenderse que por culpa de un juez ha perdido la mitad. ¿Es eso hacer justicia?, ¿es eso justo?

Estos días se ha mediatizado un largo, larguísimo caso, valga la redundancia, de un caso que bien podría pasar a los anales de la historia judicial como aquel de la pertinaz familia que juicio tras juicio tenía claro que no se les estaba haciendo justicia. Me quiero referir al "caso Meño". Nada más y nada menos que 21 años de pleitos.

Antonio Meño, con 21 años de edad, queda en coma a raíz de una operación por estética en la nariz. Un juzgado condenaba en 1993 al anestesista de aquella intervención estética a pagar un millón de euros, de los de ahora, a la familia. En 1998, un segundo juzgado, el de la Audiencia Provincial y el Supremo en 2008, absuelven al anestesista. Y no sólo eso, además el supremo obliga a la familia de Meño a pagar las costas judiciales a los demandados, que ascienden a la increíble cantidad de 400.000 euros (66.554.400 pesetas). ¿Se acuerdan de lo que les dije del saco de dinero? El día 17 de noviembre de 2010, el Supremo estimó una demanda de revisión por parte de esta familia basada, según parece, en un nuevo testimonio, anulando de paso las anteriores sentencias por las que esta familia, para hacer frente a las costas, tuvo que vender su casa. Parece que el personal de la clínica y el anestesista ocultaron a un testigo que presencio como Antonio Meño entró en coma y ahora el testigo ha aportado lo que presenció.

Me pregunto si después de que el Tribunal Supremo absolviera al anestesista y obligara a la familia a pagar más de 66 millones y medio de pesetas, estos hubieran decidido no seguir. ¿Qué justicia se les habría hecho? Es lo cierto que ahora aparece un testigo que antes no dijo esta boca es mía y eso hace que incluso, en un caso que podríamos calificar de excepcional, el Supremo rectifique. Pero sigo diciendo lo mismo, si esta familia asfixiada por una deuda multimillonaria debida precisamente a una justicia que nos hace pensar al día de hoy que no fue precisamente justa, se hubieran retirado dejando de pleitear, ya me contarán ustedes, ¿se habría hecho justicia? Desde mi punto de vista, no.

Sobre mis ignorancias en aspectos de la justicia siempre tuve claro que si un día tuviera que pleitear, más que un buen abogado rogaría a dios que me juzgara un buen juez.
Siempre he creído que trabajar de juez deber ser dificilísimo. Fíjense por ejemplo ahora, que va el magistrado del Tribunal Supremo, Alberto Jorge Barreiro, instructor de la causa abierta al juez Baltasar Garzón y rechaza las pruebas solicitadas por la defensa. O sea, que un juez del Supremo no acepta las pruebas solicitadas por la defensa de otro juez del Tribunal Supremo. Lo que yo les decía, qué difícil es esto de ser juez.

* lego: laico, seglar /ignorante, profano/ religioso que no tiene opción a las órdenes sagradas.

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