Quiso el destino que, tras dos largas décadas de ausencia, un viejo amigo residiera en nuestra querida ciudad de Maó durante unos días del presente diciembre. Persona culta y educada, atenta a los fenómenos sociales, finalizó su estancia entre nosotros con una dolorosa reflexión: "(...) Si no fuera por la ausencia de tropas, pensaría que estuve en Sarajevo".
Aterrizado en Menorca a última hora de un día laborable, Xavier entró en la población sin poder evitar la visión en perspectiva de la ruinosa mole del antiguo hospital militar Cuesta Monereo, patético primer testigo de un incontestable fracaso. ¿Cómo no calificar así el proceso desamortizador de los inmuebles afectos al Ministerio de la Defensa en nuestra isla? Llegado a la plaza de S'Esplanada en autobús, el panorama no le resultó más amable. Junto al tapiado del antiguo cuartel dieciochesco contiguo a la estación, la anacrónica presencia del doble recinto de vallas, vainas de morteros, cadenas y cámaras de vigilancia que custodia la residencia de oficiales y suboficiales castrenses en tan céntrico emplazamiento le dejó anonadado. Más allá, al otro lado de la calle, nuevas vallas, muretes , rampas, empalizadas y un largo paramento de chiringuitos le asemejaron defensas para barrar el paso a la antigua plaza de armas. Por fortuna, mi amigo no volvió la vista hacia el camino de Sant Lluís, donde corría el riesgo de divisar el ruinoso estado de otro antiguo cuartel, el de Santiago, desde hace años "reconvertido" en depósito municipal de coches abandonados y toda clase de enseres.
Enfiló Xavier hacia la calle dedicada al insigne Dr. Orfila, no sin antes observar el vacío urbano consecuencia del siniestro que hace años devastó el Café Consey, antiguo centro social de la población. En escasos minutos, mi amigo atravesó unas calles peatonales desiertas hasta encontrarse sobre el magma asfáltico que preludia la Costa de Baixamar. Iniciado el descenso al puerto, nuestro paseante imaginó ver las huellas del fuego artillero sobre la ciudad. Nuevas vallas le impidieron acercarse a un penyassegat significativamente horadado y eternamente afectado por desprendimientos. Con las cuestas apuntaladas por peligro de derrumbe, mi amigo pretendió llegar hasta el borde del mar. Una decisión equivocada. Una vez más, otro frente de alambres y garitas, ahora gentileza de nuestra Autoridad Portuaria, derivó su recorrido hacia la interminable secuencia de casas y locales cerrados que jalonan la ribera. Así anduvo hasta que, por fin, vislumbró en la oscuridad la silueta de un gran edificio. Sobre su cabeza se alzaba la en otra época flamante Residencia Sanitaria de la Verge del Toro, vacía desde hace tres años y en lamentable proceso de expoliación. ¿Quién da más? Mientras se construye a toda prisa una cárcel que nadie ha pedido, Maó sufre en incomprensible silencio la agonía de sus mejores inmuebles. Algo habrá que hacer.
Con desconcertante coincidencia, la respuesta de nuestra clase política a la situación descrita suele remitirnos a la válvula de escape de un nuevo plan general, un instrumento de planeamiento de larguísima tramitación y mayor vigencia que abarca todo el término municipal. Creo que, hablando en términos futbolísticos, se trata de echar el balón fuera del terreno de juego. No hay plan ni varita que resuelvan por arte de magia estas carencias. Visto el estado de Maó tras la expansión urbanística de la última década, y ante la incertidumbre de los tiempos actuales y de los que se avecinan, resulta obligado revisar nuestros hábitos urbanísticos.
Los planes generales, si bien son necesarios, presentan evidentes límites en sus efectos. No todo lo resuelven estos documentos creados para evitar el descontrol del territorio y ordenar el crecimiento urbano. Por razones evidentes, se trata de iniciativas que no pueden alcanzar al análisis, diagnóstico y tratamiento de situaciones concretas como las descritas anteriormente. A lo sumo, y centrados en el suelo urbano, los planes generales suelen legarnos ciertas unidades de actuación y unas normas u ordenanzas de ámbito general que, sin mayores propósitos, regulan la evolución de la actividad inmobiliaria privada. En tales circunstancias, dado que Maó es consecuencia de la suma de diferentes barrios, se echa a faltar una respuesta a las carencias más significativas de dichas zonas. Para equilibrar la ciudad mediante una política de re-equipamiento de las áreas peor dotadas y de mejora de los principales itinerarios ciudadanos que las estructuran, deberíamos contar con la ayuda de otros instrumentos, como los denominados Planes Especiales de Reforma Interior (PERI), entendidos como paso previo a la redacción de los proyectos urbanos correspondientes.
A mayor abundancia, como le comentaba a mi amigo, los tiempos actuales anuncian que el Plan General de Maó en ciernes servirá de bien poco, quizá hubiera bastado con revisar el anterior. Con el Plan Territorial Insular (PTI) vigente regulando el suelo rústico y las expectativas de nuevos desarrollos urbanísticos lastradas por una burbuja inmobiliaria que nos deja la herencia de más de un millar de propiedades a la venta, nuestra ciudad deberá concentrar las energías de la próxima década a la curación de las heridas ocasionadas por su reciente hipertrofia. No, no será más suelo edificable lo que necesitaremos, sino una mejor gestión del tejido existente para acabar con esta afixiante batalla de intereses corporativos que tiene como escenario a un territorio física, social y económicamente devaluado.
Y es así que nuestro Ayuntamiento, huérfano de la tan necesaria información que aporta ese viaje de ida y vuelta entre el todo y las partes, parece ofrecer a la ciudadanía un desconcertante espectáculo de decisiones inconexas o, en el peor de los casos, tristemente reducidas a la sistemática renovación de calles y plazas sin partitura, orden o concierto aparentes . Si ayer plantó un edificio institucional allí y apiló los coches allá dentro, hoy consiente levantar un nuevo colegio en las afueras mientras cae en ruina el cuartel vecino o se promociona institucionalmente el éxodo comercial hacia un suelo reservado a la industria o nos anuncia por los medios de comunicación habituales la llegada de otra empalizada, de un "importantísimo" carril-bici o del enésimo riego asfáltico de unas calles céntricas donde mañana... ¡Dios dirá! ¿Alguien podría exponer al debate público un modelo concreto de ciudad?
Delegar la regeneración de la ciudad a la ejecución de su plan general es, por lo argumentado, un propósito insuficiente y erróneo. Al fin y al cabo, no es con planes sino con proyectos urbanos concretos que, desde tiempos inmemoriales, se reforman y crecen las poblaciones. Por eso entiendo que, vistos los resultados, los maoneses requerimos de un nuevo modelo de gestión, diferente del actual, si de veras nos proponemos hilvanar la ejecución de un conjunto coherente de proyectos de iniciativa pública, mixta i/o privada, como el futuro inmediato nos reclama. Numerosos ejemplos foráneos lo acreditan, vale la pena intentarlo. En definitiva, si se trata de sumar fuerzas, ¿porqué no contar con un Consorcio Mixto de Maó destinado a sobrellevar la urgente puesta en marcha de una renovada política debidamente planificada, consensuada y explicada a los ciudadanos? Como aún nos canta Miguel Ríos, este es el tiempo del cambio. Duele seguir cuesta abajo. Bon Nadal!