La proximidad de las elecciones ha disparado la batalla por el voto con una campaña que sobrepasa, de hecho, el periodo acotado para exhibir carteles de propaganda y petición de voto. En esa lucha, donde se espera un mensaje claro, propuestas de acción concretas y señales de un estilo digno de velar por los intereses públicos brillan, sin embargo, los excesos, los chistes y hasta el juego sucio. La seriedad parece reñida con el perfil del candidato, más preocupado en sorprender y ganar la confianza del votante con ideas absurdas, incumplidas con anterioridad o de imposible cumplimiento que en ofrecer un programa realista surgido de las demandas ciudadanas.
La recuperación de la credibilidad perdida empieza por un planteamiento serio de la campaña, que excluye ofensas personales, insultos y el cruce de reproches que estos días colapsa el clima político. El aluvión de promesas e intenciones no parece reparar en tales extremos y el "todo vale" se intuye en el fondo de algunas iniciativas. Estas semanas constituyen una oportunidad para el debate y para la generación de ideas que incluso vayan más allá de la concepción partidista y puedan convertirse en objetivo de las corporaciones que se elijan el 22 de mayo sea cual sea la mayoría que se forme.