Llamo idea a lo que es objetivo, sin contradicción, que no puede menos que ser como es.
Necesario. La Muerte –esa gran niveladora– con la que deben enfrentarse antes o después todos los seres vivos es una idea. Una ideología, por el contrario, es un pensamiento subjetivo, parcial. El punto de vista particular sobre una realidad. Si admitiéramos que la sociedad que nos rodea se basa en la lógica, podríamos objetivar su análisis global y sacar de ella una idea, pero si resulta que su comportamiento es dialéctico, o sea: una oposición de contrarios, la cosa cambia. Y así es: la sociedad es un conglomerado de intereses contrapuestos, una confrontación. De ello se deduce que no podemos hacernos de ella una idea; que para analizarla hay que utilizar la ideología como método de análisis. "No se pueden mezclar venenosas serpientes con inocentes palomas, nos decía de niños, con aquella retórica de antaño, un viejo profesor de matemáticas para explicar que si invertíamos minuendo y sustraendo en una resta, se alteraba el resultado.
Inocentes palomas, como la que cayó en el pico de una gaviota el otro día en es Castell y fue devorada viva en un tejado contiguo, entre dramáticos aleteos por una parte y despiadados picotazos por la otra. Un espectáculo realmente siniestro. Metafórico.
Por tanto, la única manera de tomar conciencia de nuestro entorno social, digo, es partiendo de ese planteamiento básico. De echar mano del razonamiento ideológico para situarse en el lado correcto de la barricada cuando vengan mal dadas (que vendrán, como esto siga así), según la clase social a la que uno pertenece inexorablemente.
Llamo "conciencia de clase" a este posicionamiento correcto en el mapa sociopolítico. En general la clase dominante en toda sociedad tiene muy claro su estatus, se identifica con sus iguales y posee su propia ideología aunque presuma de carecer de ella, veces desde posiciones del llamado "centro", ese lugar equidistante donde –entre otros– concurren algunos demagogos. Precisamente ese centro demagógico fue el que triunfó a la larga después de la Revolución Francesa e instaló a la gran burguesía en el Poder ya para siempre (al menos hasta ahora). En la Asamblea Nacional se llamaba "la Llanura" (frente a "la Montaña" de la izquierda y "la Gironda" de la derecha.
Los poderosos difunden esa ideología de la que presumen carecer a través de los grandes medios de comunicación. Es el llamado Discurso de Valores Dominantes, el de la tan cacareada "unidad" "la empresa somos todos" (con la consiguiente negación de la existencia de la lucha de clases que consideran superada), y el valor de la familia más allá del entorno familiar donde claramente es obvio, identificando y colocando en un mismo saco a la autoridad que emana de ésta y del Estado. También utilizan la demagogia "preocupándose por los parados" y por último ese discursito de que las ideologías también están superadas, cuando ellos practican y predican la económico-liberal a ultranza. En realidad lo que tratan de decir es que lo que está periclitado es el marxismo.
En esto último tienen razón, el marxismo como praxis está superado y es que las lecciones de la Historia nos demuestran que no se puede aplicar una ideología sensu estricto a la política, porque lleva directamente a los "konzentration lager", al Gulag o al genocidio de los Jemeres Rojos. Es evidente que es el pragmatismo y no la praxis ideológica el que debe concurrir en la vida política. La Unión Soviética fracasó por muchas cosas, entre ellas por predicar y no dar trigo y por rigidez conceptual. La caña que no se ciñe al viento se parte. Para eso el capitalismo es más maleable; más dúctil y así le va de bien.
Con todo, no podemos descartar totalmente el marxismo, al menos como método de análisis de la realidad pasada y presente. Algunos elementos de esta ideología –no todos– nos dan la clave para situarnos en un mundo complejo como el de hoy y desoír cantos de sirena. Es decir: tomar, lo que en lenguaje marxiano se denomina "conciencia de clase".
Desoír cantos de sirena, digo. O no comulgar con ruedas de molino y, por ejemplo, deslindar claramente que esa boda que se ha celebrado recientemente en un país mediterráneo de opereta, ha sido un despilfarro vergonzoso y no un "cuento de hadas", como nos quieren hacer ver hasta los periódicos llamados serios. ¡Con la que está cayendo!
Por cierto, el novio se podía haber puesto las medallas más arriba. Le hubieran quedado mejor.
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