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Xerradetes de Trepucó | Miguel Orriols Morro

El puerto, un paraíso: se podía navegar todo el día por 5 pesetas

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Fueron los propios padres de Miguel Orriols Morro quienes le indujeron al ambiente de Baixamar. En la época estival al igual que muchas familias alquilaban un magatzem. Aquel año, la familia Orriols Morro hizo lo propio por 3 duros al mes.

Un tal Catchot disponía de unos altos muy cerca de la fábrica del gas, delante des llenegall. Para los que desconocen cómo eran aquellas casas, decirles que nada tenían que ver con las actuales. Tras subir las escaleras des carrer, se topaba con una sola dependencia o estancia en la que la familia a base de cortinas había hecho las correspondientes separaciones, lo que se podría definir como los dos dormitorios y la cocina. Un ventanuco miraba a la parte trasera, tropezando la vista con el enorme peñal. Una escalera bajaba a una especie de huerto con gran variedad de toda clase de hierbajos que durante el invierno crecían a su albedrío. Me dice Miguel que un enorme árbol de ciruelas amarillas en tono verdoso, dulces como la miel, hacían la delicia de sus amigos que iban a jugar. A continuación de la cocina, un patio no massa gros. Para los Orriols, se trataba de un auténtico chalet, si bien este nombre no se conocía. Una de las cosas más lindas y a la vez más importantes de la casa eran las dos ventanas, que a pesar de no cerrar muy bien y faltarle algún cristal, no se le daba importancia. Diferente hubiera sido de tener que pasar el invierno, es vell Orriols le hubiera puesto remedio. De estos ventanales se contemplaba gran parte del puerto. La Base Naval, la Nou Pinya, la recién estrenada, com aquell que diu, casa de baños, que el pueblo bautizó com es banyers de pedra, nombre muy acertado ya que desde siempre tan solo se conocían las casas de madera destinadas para bañarse. Desde aquel lugar salía la embarcación más bonita, más rápida y mejor conducida, como fue la del señor Valls el farmacéutico. Estas palabras siempre me las repitió el mecánico de la motora.

Continuamos asomándonos a la ventana, hacia el norte todo era ladera, tan solo dos casitas más, la entrada de la Cala Rata y la recién terminada caseta de recreo de la mahonesa que más aplausos recibió en el Paralelo, Pilar Alonso. Se trataba de la primera que levantó, ya que fue en años sucesivos que se fueron añadiendo más habitaciones. Pilar Alonso mandó construir un muelle donde poder subir y bajar con el bote que conducía su gran amigo y berguiner podría decirse particular mestre Estevet Mus. Muy cerca, a escasos metros dos casitas de mariscadores, levantadas gracias a la real concesión que hizo Alfonso XIII en una de sus visitas tras hacerse cargo de la infinidad de quejas por parte de aquel colectivo, tan desprestigiado a la vez que desprotegido por parte del ayuntamiento de esta ciudad. Uno de los promotores fue mi abuelo Jaime Caules Taltavull, al cel sia. Añadir que una de ellas perteneció al abuelo de Emilio Orfila, es mestre de repàs, actualmente de la popularísima Mercedes Milá. Y así iba recorriendo su mirada, nuestro amigo Miguel Orriols Morro, que a pesar de ser un niño y sin que se diera cuenta se estaba enamorando de la rada.

Desde que se levantaba hasta que se iba a la cama, su entorno era Baixamar, pasando la jornada subiendo y bajando de pequeñas embarcaciones charlando como un chico mayor con hombres de mar auténticos conocedores de secretos, como ahora llamaríamos maestros artesanos. De buena mañana la tradicional fer vorera, no tenía edad para manejar sa fitora y por lo contrario él lo hacía a la perfección, acompañado de un perol donde iba depositando las sepias y los pulpos que de buena mañana abundaban en la orilla. Regresaba a su hogar feliz. Poco a poco se iba convirtiendo en un chico mayor, remaba la barquichuela de su padre, transportando a sus amigos.

Al llegar el mediodía, junto a la prole infantil nadaba, ágil como un cagaire, llegaban frente la Liga Marítima. Al pasar por Sa Punta intentaban dar una ojeada al fondo marino, no pretendían buscar moluscos, pero sí contemplar las jóvenes que se bañaban en las casetas de baños del señor Esteban Mus, bautizadas con el nombre de Bella Vista. Con el mismo nombre se conocía el merendero del señor Roca, pared medianera con lo que hoy todos conocemos por Il Porto.

Antes de continuar, debo agradecer la amabilidad de mi entrevistado dándome permiso en transcribir todas estas anotaciones de aquel tiempo, que casualmente coincide con los que él vivió. Documentos que guardo como oro en paño, ellos fueron la herencia que Gori me legó. Debido a que Miguel era un niño, tan solo tiene una vaga idea de todo ello, pero viene muy bien para enriquecer su charla.

El padre de Miguel era propietario de una tèquina, una pasada de embarcación. Con ella se desplazaban para ir a pescar con el volantín, en las noches de luna llena echaban cuatro redes mientras el chiquillo aquel travieso Miquel lo acompañaba, era una gozaba la vida en el puerto. Miguel Orriols estaba rodeado del ambiente marinero, de auténticos pescadores y mariscadores, teniendo la oportunidad de aprender de ellos. Hoy me habla des bolitxers de sardina, Toni Metis, Frei, Ferrá. Dos puertas más allá de su casa, hacia la cuesta de la Abundancia, se encontraba un assaonador, los chicos solían asomarse en la puerta observando aquel trabajo, de los que se encontraban varios almacenes a lo largo de todo el Baixamar.

Me agradó escuchar de Miguel el relato de cuando pescaban gamba, la que todos recordamos, en la orilla, pequeña, remolona que esquivaba, difícil de capturar. Unos la precisaban para pescar, mientras otros la freían. Eran blancas transparentes, en la sartén sacaban un subido tono rojo, una exquisitez.

Sentado en uno de aquellos escalones frente a su casa pescaba salmonetes, y una infinidad de peces todos ellos preciadísimos y que hoy lamentablemente no hi ha res. De mayor, cuando sus padres dejaron de alquilar la caseta, él igualmente todos los días bajaba al puerto, en verano hacia media jornada de trabajo y a la tarde, alquilaba al señor Esteban Mus una barquichuela con sus remos y su vela, al poco que podía desplegaba esta, navegando como un auténtico milord. Su precio era muy asequible para todos, principalmente los obreros. Un día entero costaba un duro, una tarde 3 pesetas.
Involuntariamente, se me había olvidado escribir los nombres de sus vecinos los pescadores que me refirió. El señor Barber, padre de Manola y Carmela, Situs redó, Pedro es viu. Seguro que había alguno más, pero a veces la memoria hace alguna jugarreta y estos eran los más renombrados.

El lunes pasado, ya comenté la otra gran afición de Orriols, el fútbol. Su paso como portero en su club del alma. El Menorca. Las mejores horas de su vida se intercalaban entre la plaza Explanada, donde acudían los mahoneses para seguir grandes partidos y el puerto.

Una vez casado con Hilda Herrero, continúo con la afición, llegando a comprar una pequeña barca en los Efectos Navales del señor Alejandre, de la calle Ravaleta, actual calzados La Torre, dándose la feliz coincidencia de que si a Miguel sus mejores horas eran las pasadas en Baixamar, lo mismo sucedía a su querida esposa, al cel sia.
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margarita.caules@gmail.com

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