El otro día me sorprendí al ver a una persona utilizando una cabina de teléfono cercana a mi casa. Cada mañana paso a su lado y suele permanecer solitaria, mientras la gente la ignora ocupada como está en dar voces a través del móvil. Incluso una vez me acerqué para ver si funcionaba. Daba tono, además en el pequeño habitáculo acristalado incluía toda una serie de información sobre códigos e instrucciones. La verdad, es que ya quedan pocas. Lo mismo le pasa a los buzones. No sabría decir cuánto hace que no deposito una carta o una postal en uno de ellos. A mí los que me gustaban eran aquellos que parecían un cohete. Grandes y con su característico color amarillo. Creo que todavía quedan algunos. Mientras pienso en todo esto, me doy cuenta que en Maó han desaparecido los semáforos (quedan los de la Estación de Autobuses). Las rotondas los han jubilado.
Hasta hace poco tiempo, las cabinas telefónicas en sus múltiples versiones, los buzones y semáforos formaban parte de nuestro paisaje urbano. Elementos todos ellos que respondían a las necesidades públicas del momento y que era impensable poder pasar sin ellos. Incluso, a veces compartían espacio. ¿Alguien tiene una foto de los tres juntos? Seguro que la hay.