Una de las frases atribuidas a Albert Einstein - cuyo legado científico está siendo revisado por los dichosos neutrinos- reza así: "Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro". Yo estoy de acuerdo, y como últimamente no me gusta la mayoría de las cosas que pasan por la Tierra he recuperado una vieja afición: contemplar el cielo estrellado. De pie, sentado o tumbado, el espectáculo que se va dibujando en el firmamento me relaja y ayuda a tomar conciencia de nuestra verdadera dimensión humana. El rey de la creación viaja a bordo de un pequeño planeta cuya velocidad orbital es de aproximadamente 107.000 kilómetros a la hora, por un espacio del que ignoramos más de lo que sabemos. Es entonces cuando los problemas empiezan a empequeñecerse y se ven desde otra perspectiva. Una sensación de paz y de vértigo me embarga hasta que decido que es hora de dormir y la magia explota como una pompa de jabón.
A la mañana siguiente suelo empezar el día pensando en positivo -como se dice ahora- hasta que me doy un golpe de realidad leyendo determinados temas de actualidad. Confirmado: la estupidez humana es infinita.