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Crítica es libertad

Historia de una desilusión

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París. Una agradable tarde soleada de septiembre en Saint Germain des Près. Dispongo de unas horas y me encamino hacia el reputado Café Flore. En su terraza reposan los habituales tipos nostálgicos, intelectuales de alquiler muchos de ellos, que pretenden mantener el recuerdo inalterado de la época dorada del lugar "d'après la guerre". Realmente provienen de todas las partes del mundo y se reúnen allí ("come gather 'round people wherever you roam…" cantaba Dylan) con la larvada pretensión de revivir el mismo ambiente que respiraron en su día Sartre, Camus, Montand, etc. Ya sabemos que la fama y la nostalgia justifican peregrinaciones. Para algunos sentarse allí es como realizar su particular viaje a su Meca intelectual. Pero los tiempos han cambiado. Los existencialistas ya no venden buen producto, tampoco los comunistas y menos los viudos de la globalización del amor. Ya no es lo mismo. La mayoría de la clientela sigue manteniendo un cierto poso intelectual, es cierto, pero también se entremezclan algunos representantes del clásico turismo lanar (que tan bien conocemos en Menorca) y gentes de mal y buen vivir. Y también sabemos que hay mucho gilipollas entre los intelectuales. Pero mucho.

Aquella terraza es un buen sitio para ver y ser visto. Glamour, bohemia y espectáculo por un mismo precio (gin tónic: dieciséis euros hace un par de años, ahora la crisis lo ha hecho subir a 18. Ya hemos alcanzado la edad adulta). Como toda terraza bien situada es un magnífico observatorio de la fauna humana. Y naturalmente también es un buen sitio para ligar o para asentar condiciones para un posterior triunfo nocturno. Parece haber quórum en que los intelectuales son quienes más lo hacen, quienes más marcan, quienes más toman. Cuentan que un antiguo cliente del local en cuestión, nieto de una "santlluïsera" que emigró a Argel, era un afamado "tomador" (sí, aquel internacionalista de nombre Albert y de apellido Camus que hace un par de años fue utilizado de forma impúdica por los recalcitrantes nacionalistas de aquel Consell Insular para darse lustre a sí mismos).

Tengo suerte. Aquella terraza que está, como siempre, llena o casi me ofrece dos sillas vacías a ambos lados de una mesa que está ocupada por una chica que a cierta distancia no parece horrorosa. En París (como en otras muchas ciudades) las mesitas de bares, terrazas, muchos restaurantes, etc. son diminutas. Se explota el centímetro cuadrado aunque eso ayuda a entablar discretas conversaciones sin tener que chillar.

Elijo la silla de la izquierda y sonrío a mi vecina. Me devuelve la sonrisa. Lleva unas enormes gafas oscuras. Me animo. Está tremenda. Morena. No demasiado voluminosa. Elegante pero sin pasarse. "A touch of class". Sabe combinar joyería y bisutería. Un perfecto equilibrio. Lee una revista de moda en inglés. Mentalmente planeo la operación. Necesito una acción de comando tipo "Blitz krieg" (guerra relámpago). Me inspiro. Pasado un minuto me tiro y abro el paracaídas en inglés: "¿Perdón, con qué frecuencia aparece el camarero en esta terraza?". Vuelve a sonreír y se encoge de hombros. "Depende", susurra en español. Ha visto "El País" que acabo de comprar en el kiosco de enfrente, en el boulevard. Somos compatriotas (el camino puede allanarse). "¡Ah! eres española". "Sí", responde. Le señalo la revista que lee: "¿Te dedicas a la moda?" "Bueno, sí". "¡Ah!", balbuceo emocionado (siempre me ha emocionado la belleza). Crece la ilusión pero en eso llega un guaperas que se sienta a su lado. "Ja l'hem feta". Ella se quita las gafas. La vuelvo a mirar. No me había fijado en su peca. "Remilreputes", es Inés Sastre.

La imaginación es una curiosa fiera salvaje, muchas veces incontrolable, que hospedamos en nuestra mente y que es capaz de planificar como factible lo que en algún momento uno pueda querer creer que es posible. La imaginación no entiende de realidades. Ni de probabilidades. Efectivamente, no era realista pensar que un "bonar" como aquella criatura pudiese estar sola y aislada a la espera de acontecimientos que alegrasen su vida.

El realismo debería ser la base de nuestras vidas. En política también debe imponerse el realismo. Actualidad: ¿No creen Uds. que mientras no crezca el volumen económico de la isla, ahogado aún por tantas insensateces cometidas en los últimos años, difícilmente podrá el libre mercado estar interesado en aumentar y mejorar las conexiones aéreas con la isla más allá de cuidarse de sus propios intereses económicos primarios? ¿Para cuándo la declaración de los vuelos como "servicio humanitario" para los menorquines? Lo que Menorca realmente necesita es una ONG aérea. De seguir así (con estas nuevas tarifas) sólo podrán volar los muy ricos. Ya se masca la desilusión. La pelota está en el tejado del PP. Solución pero ya.

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