La subida del precio del billete de metro en Barcelona me parece algo normal. La veo razonable porque, para qué negarlo, usar el servicio público, además de práctico, me parece una auténtica aventura. En un rápido trayecto de Sants a plaza Catalunya te puedes topar, un buen domingo, con un 'mindundi' y su estridente música a todo trapo compartida con todo el vagón gracias a los altavoces de su móvil de última generación, o con una jauría de personajes peculiares, aún víctimas quizás de los excesos de la noche anterior, o tal vez así de raros por defectos de serie.
En fin. Está el que habla solo, el que discute como si estuviera en grupo pero viaja solo, el que viste diferente, el que viste demasiado como los demás, el que toca el acordeón luciendo traje, acompañado de su inseparable mejor amigo que faltó a las clases de solfeo y que, para dar el pego a la hora de pedir limosna, aporrea sin ritmo pero con exceso de pasión una pandereta. Está el que parece peligroso y el que no, el despistado y el turista, que muchas veces son la misma persona fardando de look hortera o demasiado a la moda, no lo sé, no entiendo suficiente. Por supuesto no están los de Seguridad. Está el que sobrevive tristemente vendiendo pañuelos cuando luce un sol de fantasía. Crees que también está el conductor, aunque no lo ves cuando el aparato va disparado, y el niño repelente y repipi al que colocarías en las vías a su suerte. Para que se espabile, nomás.
De la criba no se escapa nadie. Un vagón de metro es como la sede de la ONU, pluricultural, multicultural o una macedonia de personas, como prefieras amigo lector.
Está el negro, el blanco, el amarillo y ¿el verde? Ah, claro, algunos excesos sumados al trac-trac de la maquina marean al personal y les provoca unos tonos pálidos y poco habituales. Otro clásico es el que se duerme durante un trayecto. Es un valiente de la vida, un héroe de los que no quedan porque sabe más o menos dónde se duerme y le importa poco dónde se despertará. Vamos, que vive al límite.
Y en un rincón, curioso y observador, está un articulista al que le entran delirios de escritor cuando visita una gran ciudad y escribe en su móvil esta columna. Lo dicho, el metro de Barcelona está lleno de bichos raros los domingos por la mañana.
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