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Tener buenos amigos es maravilloso, pero lo es mucho más no necesitarlos

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La amistad entra por la puerta del corazón
Y sale por la trastienda del egoísmo.


En esa industria de cumplir años, no siempre se trata de añadirles compañía a los ya cumplidos que traerán de seguro consigo los achaques, cosa por otra parte mayormente común por su naturaleza, igual que pasa con cualquier maquinaria que con los años va haciéndose presente la fatiga de los materiales.

Cumplir años tiene a veces si se sabe converger con el paisanaje, la riqueza de las amistades, que poquito a poco según conviene a estas cosas, se van acrisolando como resultado de la convivencia. Amigos de verdad, de los que acuden sin ser llamados cuando la vida nos da un que penar, una amargura, una convulsión inesperada que nos sacude el alma y nos quita el sueño; amigos que no preguntan ¿oye, qué te ha pasado? En su lugar dicen ¿qué puedo hacer, qué necesitas que haga? Amigos los hay de todos los colores y de toda condición. Los buenos con una sola cara de los que se ven venir, los malos, con mil caras, que lo mismo les da fingir el semblante de cordero pascual para así lograr sus fines, que en el momento del egoísmo que les delata, no cortarse un pelo para sacar las uñas y arramblar con lo que no es suyo.

Aparte de esa desgracia que para quien la padece no es desgracia pequeña, la vida me ha enseñado tarde, pero me ha enseñado, que nunca hay que contarle todos los secretos a un amigo. Mañana, ese que se acerca a nosotros como amigo, puede convertirse en nuestro enemigo.

Difícilmente la persona que nos pilla lejos nos dará un desengaño tan grande como el que nos puede dar aquél que tenemos a nuestro lado por convivencia o por parentesco.

En los cuentos sí, pero en la naturaleza, no puede el lobo disfrazarse de cordero, si pudiera, ya no quedaban en este mundo corderos. Pero el ser humano sí puede y llega en esa industria al cainismo más inesperado y por eso mismo más atroz.

Afortunadamente, por amistad el ser humano ha sido capaz de las más bellas gestas hasta el acto supremo de inmolar su vida en el altar de la amistad. Eso está en la condición humana, en su más noble y bello código genético, pero en la vecindad de ese bonito código, convive larvado el albañal, el hediondo muladar donde enmierdar algunos la dignidad frecuentemente por egoísmo, y lo que hace este acto más rastrero, patético y miserable, es que creen haber hecho lo que debían de hacer, cuando realmente cobraban muy caro el gesto y de paso le regalaban el alma al diablo. La opacidad de su inmoralidad no permite a estas gentes ver más allá del abismo donde se despeña o se detiene el bien o el mal. Por todo ello, una buena y noble amistad, suele ser tan escasa, pero tan hermosa, que incluso el saber popular la califica de un tesoro y sin duda lo es, tanto que no sé yo de ninguno que se le pueda comparar.

Dicen quienes lo saben, que un día pasó un edecán a la habitación donde estaba el General Charles de Gaulle (1890-1970), advirtiendo al General francés que debía darse prisa que le esperaban. Entonces, de Gaulle que estaba desnudo y solo frente a un espejo, le dijo: "Déjeme unos instantes con la única persona en la que confío". Cuantos desengaños no debía de haber sufrido para no contar ni siquiera con un amigo en el que poder confiar. Cuántas malas conciencias debió tener ante sí, Cuántos de los que se fingían amigos descubrió de Gaulle que en realidad estaban cerca de él, pero buscando su propia conveniencia.

Asesinar nuestra conciencia es uno de los más trágicos y frecuentes de cuantos asesinatos se puedan cometer, y sin embargo, el código penal no lo contempla.

La vida me ha enseñado a fuerza de darme golpes, que la amistad entra por la puerta del corazón y frecuentemente sale por la trastienda del egoísmo.

También he aprendido que no hay ninguna amistad como Dios manda que se compre o se venda por dinero, sin embargo, bastan unos pocos euros para aniquilar la amistad que se tuviere. Judas lo hizo por treinta monedas.

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