Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar. Así, con el miedo en el cuerpo, mirándonos en el espejo del drama griego, llevamos demasiado tiempo. La palabra rescate ha perdido cualquier significado positivo; más que liberarte del peligro, parece que cuando los todopoderosos de la Unión Europa deciden intervenir, la austeridad, como en el caso heleno, se convierte casi seguro en humillación. Al igual que lo es, para cualquier país que se precie de desarrollado, que sus niños tengan hambre cuando están en la escuela, porque en su casa, con sospechosa regularidad, se olvidan de ponerles el bocadillo en la mochila.
Una situación que leíamos en las crónicas que llegaban desde Grecia y que, según se comenta en el ámbito docente, comienza a producirse ya en nuestros colegios. Escolares que pasan hambre, una expresión demasiado fuerte, difícil de asumir, cuando se ha exportado -y se sigue haciendo-, cooperación con países que aún están en condiciones más precarias. El último informe de Unicef ya ha encendido las alarmas, la pobreza infantil aumentó un 53 por ciento entre 2007 y 2010, y España es el tercer país de la Europa de los 27 con el mayor número de menores de 18 años que viven en hogares con pobreza alta, solo superada por Rumanía y Bulgaria. Las cifras urgen a tomar medidas políticas para proteger a familias y niños, o la brecha social en el futuro será irreversible.