Suele suceder, aunque con excepciones, como todo en esta vida, que las personas que escalan posiciones en su profesión, por méritos propios, formación y una larga trayectoria, se muestran generalmente accesibles, cercanas y saben colocarse en el lugar de quien, libreta y grabadora en mano, se aproxima con respeto, intentando indagar en su biografía y en su obra para trasladarlo al público y, claro está, ganarse la vida.
Por el contrario, abundan más últimamente los personajes de estrellato fulgurante y menos merecedores de atención mediática, a los que les cuesta esbozar una sonrisa u ofrecer una respuesta educada. Seguramente muchos de ellos sean uno de esos frutos de la frivolidad que ha invadido el campo de la cultura, como bien dice en la páginas de nuestra edición de hoy el escritor Mario Vargas Llosa, quien se muestra respetuoso y comprensivo con el oficio del periodismo porque él mismo lo ejerció, y deja tras de sí la satisfacción de haber tenido a este visitante ilustre entre nosotros. El Premio Nobel nos regala una esquemática descripción de lo que analiza en su ensayo "La civilización del espectáculo", donde el buen gusto muchas veces cede el terreno al negocio y las modas se imponen a lo auténtico.