Luis Rojas Marcos es profesor de Psiquiatría de la Universidad de Nueva York. De 1995 a 2002 fue presidente ejecutivo del Sistema de Salud y Hospitales Públicos de la misma ciudad.
No son los más fuertes ni los más inteligentes de la especie los que sobreviven; sobreviven los más flexibles y adaptables a los cambios.
Charles Darwin,
El origen de las especies, 1859
Según varios estudios epidemiológicos, en los países de Occidente nadie abandona este mundo sin antes haber afrontado, por término medio, dos serias adversidades. Hay desgracias que consideramos inevitables, como la muerte de un ser querido, las rupturas de relaciones importantes, las enfermedades graves o la pérdida del trabajo. Otras son calamidades imprevisibles, como los desastres naturales o las agresiones a manos de semejantes.
En las últimas décadas ha surgido un gran interés por estudiar la capacidad natural que nos permite vencer las desdichas que inevitablemente nos depara la vida. De hecho, la mayoría de las personas que se enfrentan a terribles infortunios con el tiempo los superan y vuelven a disfrutar de una vida saludable y gratificante. En el mundo de la medicina y la psicología cada día más profesionales emplean el anglicismo resiliencia para referirse a la mezcla de resistencia y flexibilidad que nos permite encajar y superar las adversidades.
La resiliencia es una fuerza natural y universal que se compone de diversos elementos. Uno, quizá el más importante, consiste en las conexiones afectivas con otras personas, sean familiares, amistades o compañeros de algún grupo social. Las funciones ejecutivas constituyen otro componente de la resiliencia. Ejemplos de estas funciones incluyen la capacidad de introspección, el autocontrol, la energía vital, y la aptitud para analizar situaciones y tomar decisiones acertadas. Las personas que localizan el centro de control dentro de sí mismas y piensan que dominan razonablemente sus circunstancias resisten mejor las adversidades que quienes se sienten indefensos o piensan que están totalmente a merced de los acontecimientos. La autoestima saludable es otro factor decisivo. Una autoestima sólida estimula la seguridad de uno mismo. Igualmente, el pensamiento positivo nutre la confianza, la esperanza y nos impulsa a luchar sin desmoralizarnos contra las desdichas. En tiempos difíciles, el sentimiento de tener una misión que cumplir o un deber que queremos llevar a cabo también ayuda a no rendirnos. Como dice el proverbio: "Quienes tienen un por qué vivir pueden soportar casi cualquier cómo vivir".
Informarnos sobre los sucesos que nos perturban antes de decidir la respuesta es otra herramienta eficaz. Buscar y estar abiertos a la información que nos aportan fuentes fidedignas es siempre de gran utilidad. Asimismo, compartir y narrar la situación que nos preocupa nos protege de la ansiedad o el pánico. Al compartir las experiencias que nos atormentan nos abrimos a recibir el apoyo emocional de los demás. Creo que todos los que hemos sufrido alguna desgracia nos hemos beneficiado de la comprensión y solidaridad de quienes nos aprecian y nos escuchan. Rociar de humor las calamidades también nos ayuda a mantener una perspectiva más soportable, menos personal. Finalmente, para superar los golpes que nos da la vida, antes o después deberemos dar por terminado nuestro papel de víctima, pasar página y abrir con entusiasmo un nuevo capítulo de nuestra vida.
Todos tenemos un límite para el número de infortunios y la cantidad de sufrimiento que podemos soportar sin claudicar. Pero, sin duda, el veneno más nocivo de la resiliencia humana es la depresión, pues esta enfermedad agota nuestra energía, nos desconecta afectivamente de los demás, mina la confianza y la autoestima, y destruye la esperanza.
Algunas víctimas de desgracias descubren cualidades personales que desconocían y afirman haber mejorado como personas. Perciben cambios favorables en sus relaciones o en el significado que le dan a la vida. Esto es lo que llamamos en mi campo crecimiento postraumático. Sin embargo, no debemos confundir el sufrimiento con la lucha por vencerlo. Esta distinción es importante, porque el crecimiento postraumático no es fruto del sufrimiento en sí sino de la ardua lucha por vencerlo. Es comprensible que el sentimiento de haber triunfado sobre la adversidad sea gratificante y constituya una inyección de confianza. Con todo, no debemos perder de vista que muchas personas que experimentan cambios positivos en sus vidas como resultado de su lucha por superar experiencias traumáticas, no dudarían un minuto en canjear todos los beneficios por ahorrarse lo que sufrieron o por recobrar lo que perdieron.
Al final, la lección principal que aprendemos al estudiar la resiliencia es que esta cualidad abunda entre los seres humanos. De no ser así, resultaría imposible explicar el imparable crecimiento y la continua mejora de la humanidad.