CARTA DES DE OAK RIDGE, TENNESSEE (EEUU)
Benjamín A. Carreras
Las manifestaciones son un fenómeno común en nuestra sociedad. Cada día hay más razones para salir a la calle en protesta o en demanda de algo. En mis tiempos de estudiante en la Universidad de Barcelona, la organización de una manifestación era todo un reto. En aquel tiempo todo tipo de protesta estaba prohibida. En la Universidad había algunos estudiantes que actuaban de informadores de la brigada social y por lo tanto, la policía siempre estaba al corriente de lo que se podía organizar. Había que actuar inteligentemente.
Lo normal era iniciar un par de falsos intentos en diferentes partes de la ciudad para así atraer a los grises. Una vez este proceso estaba en marcha, la manifestación real emergía lo más espontáneamente posible en el punto deseado. No era fácil organizarlo, en aquella época no había ni teléfonos móviles ni Internet. Una vez formada la manifestación, nos sentábamos en el suelo y cantábamos aquello: "Como un pino junto a la ribera, no nos moverán". Ciertamente, no nos movían. A la vista de la primera porra, salíamos todos pitando.
Es curioso cómo los encargados del orden siempre atribuyen a intervención extranjera algunos de los sucesos que acompañan a las manifestaciones. En nuestros tiempos todo era debido al "oro de Moscú". Siempre me resultó curiosa esta explicación, pero ahora la entiendo mejor. Viendo el afán con que algunos miembros de los poderes fácticos acumulan dineros directa o indirectamente, se explica que ellos solo entienden que el motivo de cualquier acción es el dinero.
En aquella época nadie nos hacía caso, pero se sentía la satisfacción de haber hecho algo debido a los obstáculos existentes. Ahora para organizar una manifestación se pide permiso y ya está. Tampoco se hace ningún caso a los que se manifiestan y en la mayoría de los casos ni salen en los periódicos, al menos en Madrid. Hay demasiadas manifestaciones para tener eco, el hecho en sí es que las manifestaciones se han devaluado.
Además están los efectos secundarios. Estas formas de protesta causan muchas veces inconvenientes, no a quienes va dirigida la protesta, sino a personas que nada tienen que ver con el asunto. Como anécdota la foto desde el balcón de mi apartamento en Madrid un sábado con seis manifestaciones en los alrededores. Los cortes de calles debido a las manifestaciones impidieron que una novia pudiera llegar en coche a la iglesia de Santa Cruz. Aquí la vemos a pie y corriendo para no llegar demasiado tarde y a su padre sosteniéndole la cola. ¿Quién se acuerda de estás manifestaciones? Pues, algunos de los que las organizaron y la novia naturalmente.
Pero no son solo anécdotas, la otra forma de protesta, las huelgas, tiene a veces las mismas consecuencias negativas. Por ejemplo las huelgas de transporte público causan muchos problemas a trabajadores normales. En cambio, los responsables de las decisiones que llevan a las huelgas no se ven en absoluto afectados por ellas, ellos van en sus coches oficiales y siguen circulando sin problemas.
Hay que renovarse en las formas de protesta. A lo mejor hay que parar de pedir que "alguien haga algo" y empezar a hacer algo. Por ejemplo, en el hipotético caso que hubiera alguna razón para protestar contra algún banco, el manifestarse enfrente de una sucursal solo causaría presión a los trabajadores bancarios de primera línea, que posiblemente nada tienen que ver con los hipotéticos problemas. ¿No sería mejor retirar colectivamente los fondos y el depósito de nóminas de esta institución? Incluso ¿no podría ser mejor crear alternativas bancarias?
Pero todo eso es hipotético. La realidad es que nos van quitando cosas, pero lo que nunca nos pueden quitar es la imaginación, y es la imaginación lo que debemos ejercitar a la hora de protestar.