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Contigo mismo

La huelga silenciosa

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"Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles"

Bertolt Brecht

En 1943, el actor Basil Rathbone encarnaba, nuevamente, a Sherlock Holmes en "Sherlock Holmes faces death" bajo la dirección de Roy William Neill. La película, con un espléndido guión de BertramMilhauser, se cerraba con un pequeño monólogo del detective que, transcrito, debería figurar –piensas ahora- en todos los libros de texto: "Empezamos a pensar en lo que debemos a los demás y no en lo que estamos obligados a darles. Llegará el momento, Watson, en que no seamos capaces de llenar nuestros estómagos mientras otros pasen hambre, en que no podremos dormir caliente si otros tiemblan a la intemperie, en que no nos arrodillaremos ante los lujosos altares a agradecer sus bendiciones mientras en cualquier lugar queden hombres de rodillas sometidos física y espiritualmente"

–¿Te acuerdas?

Te acuerdas, efectivamente. Es, sin duda, una contundente definición de utopía. La que te vino inesperadamente a la memoria tras leer una hermosísima carta coral en la que diferentes organizaciones no gubernamentales, desde un lenguaje cálido y respetuoso, exigían, en estas mismas páginas, que un determinado ayuntamiento no recortara las ayudas, pese a la crisis, a los desheredados de la tierra. Pensaste que, rara vez, se ponen reparos al gasto público cuando éste se puede visualizar; cuando tiene cuerpo; cuando mejora el aspecto de una localidad. Como piensas, también, que tal vez lo que dé carisma y prestigio a una población sea precisamente lo contrario: lo intangible, su fama de ciudad solidaria… Y vuelves a Rathbone y a Sherlock y a la quimera para retomar, a disgusto, tu vieja creencia de que, en ocasiones, os habéis excusado en que sólo un cambio en las superestructuras mundiales podrá regenerar la sociedad para así, simplemente, no hacer nada. Resulta fácil un cruzarse de brazos, pero altamente difícil explicarle a alguien que duerme de noche bajo unos cartones, en cualquier ciudad, que los pecados de omisión en su socorro obedecen a que no han de aplicarse paños calientes, a la espera de una revolución mundial que nunca llega. Si hubiera justicia –se te dirá- no se requeriría de la caridad. Y aceptas la premisa, aún en el convencimiento de que la segunda va más allá de la primera. Pero, ¿y mientras tanto?

Mientras tanto, hay gentes anónimas que permanecen en permanente huelga, pero a la japonesa. No llevan pancartas. Sus "salidas" no son puntuales, sino continúas. Llevan décadas indignadas, porque no esperaron a verle las orejas al lobo. No se sienten agredidas porque las barbas que arden sean ahora la suyas. Su bendita furia nació mucho antes y prosiguió durante lustros al observar la esclavitud infantil; la prostitución obligada; el hambre en casi todos los rincones del orbe; los imposibles desahucios por la inexistencia de casas y de techos… Toda esa miseria, esa desvergüenza que, por lejana, os dejaba indiferentes… Cuando la palabra crisis asomaba por vuestras plazas y rincones, esas gentes anónimas, sí, llevaban ya eternidades conociéndola y viviéndola, en otras partes del mundo, pero llevada al paroxismo…

– E inevitablemente…

– E, inevitablemente, te haces una pregunta incómoda: ¿Cuántos de esos indignados (que lo están en justicia), en época de opulencia, apadrinaron a un niño; dieron cinco euros mensuales (los equivalentes a la escolarización de un chico durante todo un año en infinidad de países subdesarrollados); hicieron tal o cual cosa? ¿Cuántos se refugiaron en que sólo a través de la ideología se podía arreglar el embrollo, manteniéndose, mientras tanto, en la más desoladora de las inactividades?

Ellas no. Esas gentes, no. Las que, luchando por sus reivindicaciones ideológicas, supieron compaginarlas con la acción puntual, solidaria, fraternal, anónima… Esas gentes que, agrupadas en organizaciones no gubernamentales, le salvaron el culo a tantos gobiernos. Esas gentes que, sin medios de comunicación ni portadas, adecentaron el local con un heroísmo callado y, por callado, ejemplar. Las mismas que están en permanente huelga, pero a la japonesa. Ahora esa miseria se acerca a vuestras puertas, aunque anda muy lejos todavía de alcanzar las cotas que alcanzó en otras latitudes. Tal vez ahora, pues, entendáis –entendamos- en mejor medida lo que ésta comporta ycomencéis –comencemos- a ser más solidarios, a pesar de la crisis y gracias a la crisis…. Y de esa responsabilidad no se salva nadie y, mucho menos, los ayuntamientos, organismos de gobierno más cercanos a la realidad. La ayuda a las O.N.G./S es, sí, una de esas líneas rojas que no ha de traspasarse, la que menos… Porque prefieres una ciudad sin grandes avenidas, pero con corazón…

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