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El faro de Alejandría

Ideas e ideologías

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Llamo idea a un concepto necesario, que no puede menos que existir. Sin contradicción.
Lo blanco es una idea igual que lo negro, pero si intentamos imaginar que una cosa pueda ser a la vez (a la vez, digo a la vez) blanco y negro, eso no es una idea, es una contradicción insalvable. Como lo es que alguien pretenda ser a la vez un sabio y un imbécil, probablemente sea lo segundo, es decir, una idea.

Por otra parte, llamo ideología a una opinión, la de un individuo o colectividad en relación con su propio concepto de la sociedad: la cosmovisión de esa persona o grupo.
Las ideas se emplean en las ciencias exactas, para probar que algo ocurre necesariamente, pero son inadecuadas para el análisis social. Para éste último necesitamos opinión y por tanto ideología o nos perdemos. En el mundo de los humanos casi nunca dos y dos son cuatro. Lo absolutamente ponderable es para las cosas y aún así, para estas últimas, nos queda la incertidumbre que corroía a Eisenberg.

Cierto es, que los que se creen en posesión de la verdad o simplemente tratan de ocultársela a los demás, hablan de "el crepúsculo de las ideologías" como hacía aquella especie de Alfred Rosemberg del franquismo que era Gonzalo Fernández de la Mora.
Ahora, la expresión más cercana a la antigua de don Gonzalo, es aquella de que las ideologías "están superadas". Los que así opinan se refieren, aunque indirectamente, a una ideología muy concreta: el marxismo, sobre todo después del fracaso de la URSS. Del liberalismo no hablan para nada.

Pienso que el hecho de que una ideología fracase como praxis, no significa que no pueda utilizarse como método de análisis social, en todo caso los analistas-ficción que tanto abundan hoy en los medios, deberían, antes de opinar, tomar como base una ideología (la suya, la que deberían necesariamente poseer, fuera la que fuera) y también, por supuesto, conocer suficientemente la Historia. Por lo menos la llamada convencionalmente Contemporánea; la que parte de la Revolución Francesa y llega a nuestros días.

Lo digo porque, por poner un ejemplo, no se puede defender a ultranza a un presidente porque consiguió aprobar la Decimotercera Enmienda que abolía la esclavitud en su país, a la vez que permitió la masacre de los indios americanos porque necesitaba "colocar" en sus tierras a los parados de la Guerra Civil, entre otras cosas.

Si analizáramos desde una base ideológica (siempre necesaria en el análisis social, repetimos) su actuación, la de él y la de los lobbies que le apoyaron, subiríamos más allá de ese canto de cisne que fue la filantropía antiesclavista y veríamos escondida detrás de ella los intereses de los industriales del norte frente a los algodoneros del sur; proteccionismo frente a librecambismo o lo que es lo mismo: debate de futuro entre una sociedad burguesa e industrial frente a una agrícola y aristocrática, y todo ello con un resultado final inesperado: que los esclavos negros manumitidos alcanzaron la libertad para convertirse en obreros negros esclavizados.

No estaría demás echarle una ojeada, también, a lo que pasa actualmente en África. No se puede uno llevar las manos a la cabeza por las masacres tribales y luego alabar la intervención militar europea (o norteamericana) en el continente para "defender" los derechos humanos, no siendo en realidad otra cosa que un acto neocolonialista, llevado a cabo, probablemente, por los que encendieron primero la mecha para luego tener la excusa de ir a apagarla, después de un pingüe negocio de venta de armas a ambos bandos u oliendo a diamantes y otros tesoros.

A algunos analistas-ficción que habrán disfrutado con la película «Lincoln» les invitaría yo a ver también "El jardinero fiel".

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