Por qué será que en mi recuerdo infantil asocio el Domingo de Ramos a un día frío e incluso ventoso. Alguien que sabe mucho de climatología, aprendida lejos de los estudios universitarios, pero sí en la cuna de la cultura popular, estudiando nubes, puestas de sol, cambios de luna, que era lo que hacían los mayores, al levantarse y antes de irse a la cama, acudían a la "barana" de la Miranda en el tramo de la calle de Santa Catalina. Asombraba como pronosticaban los cambios atmosféricos, sin aparatos para ello.
Fue éste mi amigo, al que voy a respetar su anonimato, el de grandes surcos en su cara y en sus manos, de pelo canoso y excesivamente ensortijado, de figura enjuta, de pocas carnes " i açò que sempre ha anat de tiberis".
Me fue explicando su tesis de por qué el Domingo de Ramos hacía viento y me sentía destemplada. Entre otras cosas por el cambio de horario solar, por ser primavera, por la manía de las gentes en quitarse ropa, cuando continúa siendo fresco. Efectivamente, debí darle la razón. Aquel domingo se estrenaba vestido algo más delgado lo que invitaba a desprenderse de la camiseta de manga larga cambiándola por la de tirantes, hecha de punto "de calça" con hilo perlé, a modo de abrigo una rebeca también tejida a mano con lana algo más suave. En este instante acude a mi memoria una de preciosa, color de rosa de angora que mi madre me hizo como todo lo que ella me confeccionaba, era un primor de buen hacer y buen gusto. Aquella chaqueta me produjo muchos disgustos, dejando huellas a su paso, "pèl per tot", difícil de quitar principalmente sobre la tela oscura. Aquel domingo me cambiaban las botas de piel que me hacía Vicente el esposo de Rosalinda, por unos zapatos negros de charol, corte bebé con calcetines blancos de hilo. Estas las adquirían en el Pingüino de la calle de las Moreras, esquina con la del Cós de Gràcia o en casa León de Es Camí des Castell, junto a la actual tienda de bolsos y complementos de Mª Marta Bisbal Company, a la que mando un "paneret ple de carinyo".
La iglesia del Carmen, mi parroquia, abarrotada a la hora de la misa escolar, los bancos de las primeras hileras y las sillas "de boves" que se encontraban desde la mitad de la nave hasta el final, con sus ruidos al levantarse o irse a sentar. Se cantaban las consabidas canciones infantiles, emotivas con un toque de plegaria, hablando del niño Jesús. En fila de a dos dábamos la vuelta a la iglesia pasando junto a las capillitas. Iniciaban la procesión los chicos de la Salle, ocupaban los primeros puestos de la izquierda y los de la derecha, reservados a las niñas del colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón de María "des carrer de Sant Fernando". A continuación hacían lo propio el resto de colegios.
A veces salía aquella especie de comitiva por la puerta principal bajando la escalinata dando una vuelta a la plaza, entrando por la lateral, la que daba frente a la tienda de explosivos del señor Serra (padre de María Luisa y Carmen), el practicante señor Periano, que por cierto uno de los hijos que más tarde fue organista de Santa María, hacía de monaguillo aventajado, diría yo, ayudaba con el incienso y se notaba que los sacerdotes le tenían mucha confianza. Otros vecinos eran la familia Alejandre (padres den Lluis "es general"), las oficinas del Gas ciudad, donde vivía la familia de Andrés Moll, de Argos, la librería del señor Sintes Rotger y, de continuar, debería citar al señor Codina, esposa e hijos, don Guillermo Orfila, "i tira petit". De continuar hacia la Ravaleta, debería nombrar a la familia Timoner Llobera y su escaparate repleto de relojes y a mi querida amiga Isabel, única hija de la casa, con la cual hubo una época infantil en que estuvimos muy unidas.
En aquellos momentos, no íbamos calle arriba, por el contrario entrábamos de nuevo a la iglesia para recibir la bendición por parte de don Miguel Villalonga y rápidamente a casa para desayunar y dirigirnos a la catequesis. Otras veces se subía por la calle del Norte, Anuncivay y hacia la entrada. Debo añadir que en aquellos momentos las únicas palmas o mejor dicho palmones los llevaban los celebrantes, en mi memoria no se encuentran los niños exhibiendo como se hizo años más tarde. El primero que lucí en la solapa, ya era una mocita, los vendía Nini Oliver en su tienda junto a la casa Roselló frente a la iglesia de Santa María. Lo que sí se repartían a los feligreses eran los ramos compuestos de laurel, "murtra" y olivo, que se colgaban detrás de la puerta de las casas, quemando el del año anterior. Esta costumbre la vi siempre en mi casa, fue por ello que aquellos años en que me dediqué en cuerpo y alma a la ermita de Gracia, tras pedir permiso al cura y concedérmelo lo puse en boga. No pretendo echarme flores, pero como dicen por ahí, verdad no hay más que una y siendo abuela como soy, entrada en muchos años, la verdad es que fue un éxito, invite a un grupo de mujeres que me ayudaran, entre ellas Esperanza y su madre, de las casas del Ateneo, Angeleta de la calle de San Luis Gonzaga, Isabel "de ca'n Buils", Juanita la viuda del electricista Hernández, y como operante mayor mi esposo, encargado de abastecernos de todo el material preciso. Años después contaríamos con más gente, pero la primera vez fue tal cual. El capellán villacarlino las bendijo y todas marcharon a sus casas felices y contentas.
Volviendo al Domingo de Ramos de mi infancia, una vez desayunados, bajábamos al patio del taller mecánico de ca'n Gori, donde se encontraban varias macetas, curiosamente las únicas que florecían con hermosos brotes de caramelos . Me costaba comprender que regando igualmente las del patio del piso, no llegaban a florecer ni dar fruto, me explicaban que "no tenien redossa com ses de baix". Un misterio que no llegaba a comprender. La recolecta llegaba a ser muy divertida, la falta de hermanos y primos de mi edad hacía que invitara a mis amigas del cuartel de la Guardia Civil, que siendo peninsulares desconocían nuestras costumbres y les sorprendía aquella floración. "I feiem una xalada".
De ser un domingo normal, iba a la catequesis de las Carmelitas, a las que no me canso de citar, las quise tanto que siempre me han acompañado en mi caminar.
Durante unos años, siempre fui acompañada de un amigo inseparable, muy querido Manolo Bonet, que en aquel entonces no era el padre Manolo, era mi entrañable Manolín, yo era algo mayor lo que hacía que su madre depositara en mi la suficiente confianza de que le vigilaría no bajara de la acera no fuera a pasar algún coche o bicicleta.
Llegado el atardecer, acudíamos a la procesión del Vía Crucis, excesivamente lenta, parándose a cada momento, lo único que me gustaba de la misma era la recogida de caramelos. Para mí la mejor era la del Santo Entierro.
Aprovecho para agradecer la cantidad de correos recibidos. He de confesar que soy una admiradora de este avance llamado internet, gracias al mismo semanas pasadas en mis "xerradetes" en que he dado a conocer la celebración y costumbres de Semana Santa en nuestra ciudad a lectores lejos de nuestras tradiciones, entre ellos una señora residente en Les Bains, nieta de una santclimentera. Un hijo y nieto de mahonesa que viven en Logroño, una señora catalana que desde que era muy jovencita pasa sus veranos a S'Altra Banda y la nuera de un alayorense residente en China. Amén de los fijos de Mallorca, Rubí, Madrid, Barcelona, etc. Gracias, soy consciente que mis aportaciones son muy modestas, nacidas del fondo del corazón, intentando no se pierdan. Las palabras se las lleva el viento, estas quedan en la hemeroteca para nuestros nietos, para los futuros menorquines, como siempre me recordaba y recalcaba don Guillermo de Olives Pons, "al cel sia", animándome a continuar.
En este día, debería publicar una fotografía referente al Domingo de Ramos, pero no va a ser así, lo hice en otras muchas ocasiones. He elegido dos de muy importantes en mi recuerdo y el de mi familia, la primera vez que acudimos a Santa Maria con Judith el domingo de Pascua del 2001.
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