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Desde Ses Vinyes

Los peligros del perejil de borrico, que aquí se llama canyafèl·lera

Canyafèl·lera - Archivo

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La primera vez que oí hablar de la canyafèl·lera fue cazando en los alrededores de So Na Caçana con mi hijo Pedro y José María Villalonga, quien nos contó que su madre siempre había dicho que era una planta muy venenosa. La segunda, paseando con amigos el pasado mes de enero en el parque natural de S'Albufera des Grau, el día anterior a la matanza que cada año celebramos en Ses Vinyes: el día era espléndido y alguien preguntó por esa planta. Una persona de las que venía, ni corta ni perezosa cortó un trocito para olerlo y como no olía, lo probó, masticándolo: "es parecido al hinojo, pero no huele". Por suerte nos acompañaba el director del parque, que nos recomendó que fuéramos de inmediato a urgencias: analítica total, cinco horas con goteo, algo de carbón activado, un buen susto y a casa. La tercera vez que oí hablar de la planta fue el pasado 15 de mayo leyendo a Juan Pons en este diario, cuando, con magnífica pluma, contaba las características botánicas de la misma, aunque sin hacer referencia a su toxicidad. Y la canyafèl·lera es muy tóxica, una planta que me atrevería a calificar de peligrosa por su abundancia en la isla.

La cañaheja, cañaférula, cañifierro o perejil de borrico (Ferula communis, L.; Canyafèl·lera, Canyaferla o Fèl·lera en catalán) es una de las plantas herbáceas más grandes que hay en Menorca; estrictamente mediterránea y perteneciente a la amplia familia de las Umbelliferae (apiaceae), género Ferula, crece en suelos básicos especialmente secos y soleados, laderas rocosas, márgenes de caminos y campos abandonados. Desarrolla unas hojas grandes completamente divididas en lacinias filiformes, las basales pecioladas, segmentos lineales que renueva cada año, tras secarse en verano y volver a salir en otoño. Sus hojas basales son muy grandes, de contorno triangular y recortadas tres o cuatro veces para acabar en pequeños segmentos lineales; las hojas caulinares son escasas y van de mayor a menor tamaño. Florece durante la primavera, de abril a junio: las flores con pedicelios en umbelas, de pétalos amarillos, producen cada año una gran inflorescencia, un tallo alto, bastante grueso, con aspecto de caña y con forma angulosa a nivel de los nudos, de interior esponjoso y exterior tirando a granate, que puede llegar a los tres metros de altura y mantenerse rígido muchos meses después de la dispersión de los frutos, que son de forma plana con las costillas marcadas. Este tallo sostiene diversas umbelas hemisféricas, situadas a distintos niveles, sin involucro en la base de los radios y con flores amarillas.

Esta planta puede confundirse con el hinojo y con el zumillo: sus hojas son similares a las del hinojo (Foeniculum vulgare), pero se diferencian –o se deberían diferenciar- porque la canyafèl·lera no huele a anís, como el hinojo, y sus segmentos foliares son más gruesos; sus frutos son parecidos a los del zumillo (Thapsia villosa; villosa por la larga vellosidad de las hojas), una planta de tamaño menor de la que se diferencia porque los frutos de ésta son alados. Cada rama del zumillo culmina en una umbela central con cerca de veinte radios que llevan flores amarillas hermafroditas; en los laterales aparecen umbelas menores que suelen estar formadas por flores solamente masculinas que en poco tiempo se secarán, lógicamente sin dar fruto. El tallo de la cañaheja suele ser más alto y lleva numerosas umbelas situadas a distintos niveles, mayores las de abajo que las de arriba -disposición contraria a la de las umbelas en el zumillo- de flores igualmente amarillas fértiles.

Todo muy bucólico pero no exento de peligro, porque la canyafèl·lera ni es hinojo ni es zumillo. El profesor de Toxicología de la Facultad de Veterinaria de Extremadura Sr. Soler Rodríguez recuerda que en España hay más de doscientas cincuenta especies silvestres y cultivadas, sin contar las plantas ornamentales tóxicas, que pueden provocar trastornos de algún tipo, aunque los casos de intoxicación vegetal no menos frecuentes de lo cabría esperar, en parte porque las plantas tóxicas tienen generalmente un sabor desagradable; y en otra parte por la tolerancia hacia ellas de los animales autóctonos. Además, su toxicidad puede sufrir variaciones considerables según la acción del medio o de factores intrínsecos a ella. Por ello, la presencia en un pastizal de una planta reconocida como tóxica no implica necesariamente el que se vaya a producir una intoxicación, sino que tiene potencialidad para hacerlo.

Una de las plantas con mayor casuística de intoxicaciones en los meses de primavera es precisamente la canyafèl·lera, capaz de causar cuadros hemorrágicos; aunque es tóxica en cualquier momento de su desarrollo, la intoxicación se presenta más a menudo en períodos de sequía o escasez de alimentos, puesto que son plantas muy resistentes a la falta de agua. La acción tóxica se debe a su contenido en ferulina, un alcaloide con propiedades convulsivantes, y umbeliferona, una hidroxicumarina que provoca una inhibición competitiva de la vitamina K en el hígado, bloqueando la síntesis de los factores de coagulación, especialmente de la protrombina, dando como resultado un aumento del tiempo de coagulación sanguínea, lo que junto a una mayor fragilidad capilar hace que el cuadro clínico característico sea de hemorragias generalizadas. También produce degeneración hepática. La intoxicación origina la alteración del proceso de coagulación sanguínea, lo que da lugar a que los mas ligeros traumatismos originen hemorragias externas e internas.

Soler nos cuenta que en los équidos y animales afectados se puede observar epistaxis, heces hemorrágicas, palidez de mucosas, somnolencia y marcha vacilante, respiración rápida y profunda, pulso acelerado y arritmias cardíacas. La temperatura corporal es generalmente normal. Habitualmente los animales suelen morir de forma brusca sin síntomas previos a causa de una hemorragia interna. El diagnóstico no es difícil de establecer al comprobar en la necropsia el hallazgo de intensas hemorragias, con sangre fluida, que se suelen encontrar en las cavidades internas (torácica, abdominal, cardíaca), tejido subcutáneo y diversos órganos y musculatura esquelética. El hígado suele ser de color pálido, debido a degeneración. El diagnóstico analítico se basa en el hallazgo de un aumento notable en el tiempo de protrombina, pudiéndose determinar la presencia de cumarinas sangre, tejidos u orina.

Pero cuentan los especialistas (San Andrés, Ballesteros Moreno, Jurado Couto) que lo difícil es diagnosticar una intoxicación vegetal antes, y dicen que se deben descartar inicialmente otras patologías más frecuentes (infecciosas, parasitarias...) que se pueden mostrar de una forma poco conocida; y que deberán tenerse en cuenta diversos factores: los síntomas, bien definidos para muchas especies vegetales en condiciones experimentales de laboratorio, pueden ser diferentes en el campo; pueden existir patologías concomitantes; muchas plantas pueden ser consumidas sin ningún problema durante mucho tiempo, pero pueden ser extremadamente tóxicas en ciertas épocas; una misma intoxicación puede ocurrir unas veces en pastos exuberantes y otras en épocas de sequía; varias especies tóxicas pueden tener el mismo o muy similar principio tóxico y causar síntomas similares (confusión); una única especie puede tener más de un principio tóxico activo, por lo que los síntomas varían dependiendo del tóxico más activo en una época particular. Y nos recuerdan que en la era de las comunicaciones no pueden olvidarse las posibilidades que brinda internet con las bases de datos de toxicología vegetal de alcance inmediato.

El peligro ahí está, y bien cerca en Menorca. Nito, el amo de Ses Vinyes, nos dijo al volver a casa que si se llega a probar la planta en primavera, en plena floración, en lugar de hacerlo en enero, el susto hubiera sido mayor y las consecuencias graves. Y de ahí que me haya atrevido a escribir estas reflexiones tan ajenas a lo mío, a modo de aviso para navegantes.

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