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Crítica es libertad

Mahón - Miami (1)

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A muchos el nombre de Miami les suena a vicio o a juerga. Es comprensible. Todos recordamos aquella serie de "Corrupción en Miami" ("Miami Vice") donde Don Johnson, al tiempo marido y ejecutor de la señora que ahora lo es del malagueño (¡se le adelantó!), se dedicaba a limpiar la ciudad de mafiosos, delincuentes y especies malignas similares. Y suena a juerga porque la vitalidad, por amontonamientos diversos, de esa ciudad multicultural es explosiva e induce a propagar los conocidos excesos de las características caribeñas. Si el clima influye en todas las cosas, en todos los actos de la vida del hombre (y de la hombra, en lenguaje progre), la humedad del clima subtropical ayuda a exagerar esa influencia.

Para viajar a Miami desde Mahón debes traspasarte en Palma o en Madrid. Es natural: los menorquines siempre hemos dependido de los demás, de gente alejada de nosotros (en esencia ahora dependemos del IEC). Es nuestra conocida y tradicional sumisión a los idus de la historia.

Sigamos. Cuando, ya en la ciudad de los callos, entras en el avión a Miami notas varias cosas. Lo primero es el pasaje o mejor dicho el paisanaje. Buena parte es gente bien que, se intuye, viajan a la capital de La Florida en busca de diversión o "a la recherche du temps perdú", en busca de la juventud perdida. Otros, quizás, para defender sus intereses ocultos. También hay muchos jóvenes profesionales ambiciosos que van a "hacer las Américas" ya que no pueden hacerlas en España. Ocultos tras gafas de sol se vislumbra a algún que otro famosillo ya descafeinado. También hay hijos de "Hoover" (¿recuerdan Arde Mississipi?) y no falta la representación de las estéticas sudamericanas al uso.

En el avión notas la crisis. Las azafatas ya no son aquellas figuras que durante años ejercitaron y/o polucionaron las mentes de los viajeros. La calidad estética ha descendido al mismo ritmo que lo ha hecho nuestro país. Un drama. Ya no hay sonrisas "Profidén" ni mujeres 10. Ahora son simples profesionales, "ja granadetes", que trabajan y cumplen con su labor pero que ya no alimentan imaginaciones (especulemos: ¿quizás la crisis de Iberia tenga que ver con una deficiente contratación de personal? Podría ser).

Viajar es una tómbola: nunca sabes quién se te sentará a tu lado en el avión. No importa la antelación con que saques la tarjeta de embarque, todo dependerá de la suerte o de la desgracia: de tu horóscopo semanal. Normalmente si a un hombre le toca en suerte una colombiana de 25 años podría pensar: ¡Chupi, guay! ¡Tierra a la vista! Pero no, la vida no es siempre maravillosa, a veces es cruel. A mí me tocó en suerte compartir 9 horas y media de mi vida con una colombiana de 25 años. Pero distaba mucho de ser la colombiana soñada. Solo era la clásica "choni". Y como todas ellas, su "look" se ajustaba a la estética conocida. Con un pelo rubio teñido y adulterado, encorsetaba en unos mini pantalones varias tallas inferiores a lo que aconsejaba el sentido común y la prudencia más elemental, se adornaba con la bisutería más horrible: la china. Brillante y falsa: un drama. Físicamente era breve y lucía el conocido tipo de globo. Sus reducidas astas femeninas se difuminaban en su abdomen conformando una suerte de llanura cárnica: una albóndiga casi perfecta.

Hubo un tiempo reciente en que me convencí que la moda de los labios voluptuosos (del tipo volcán succionador) ya había pasado. Pero no. Ahora tenía una muestra justo a mi lado. Para algunas mujeres hincharse los morros forma parte de su "sense & sensibility", de su canon de la belleza. ¡Qué poco saben de amor sin sexo!

Quizás todo hubiese sido distinto si no hubiese dirigido la palabra a mi vecina para ayudarla a ajustarse el cinturón. "Ayudad al necesitado" recordé. Ese fue mi error (¡a mi edad!). Un tremendo error ya que, roto el hielo, mi "choni" particular pareció sentirse autorizada para contarme su vida y facilitarme sus opiniones sobre los temas más diversos. No calló durante las dos horas siguientes. Los escolapios me enseñaron educación y a ser benevolente con la gente. Ahora estarían orgullosos de mí, pensé.

Era una ni-ni y estaba obsesionada con su figura (por cierto inexistente). Me aseguró que solo ingería pollo con ensalada. Lo hacía todos los días menos los domingos cuando se gratificaba con una hamburguesa doble y un kit-kat. ¡Decía adorar el baile! ¡Dios mío! Era filósofa de fin de semana. Se preguntaba por qué seguían juntos sus padres si hacía 25 años que discutían constantemente. Pensé que igual les gustaba. Su chorro de palabras me inundaba aunque yo resistía. Cuando pasó la azafata la miré con ojos suplicantes y le transmití silenciosamente una petición de ayuda: "¡Help!". Experimentada en estas situaciones, la asistenta de pasajeros me dedicó una sonrisa comprensiva que venía a querer decir: "A veces pasan estas cosas. Te ha tocado." (Continuará)

Nota aclaratoria: IEC realmente significa Instituto de Estudios Caribeños.

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