Pienso que será bueno escribirlo, lo será en beneficio de los futuros menorquines, deseosa de que se enteren de cómo eran antes las cosas, de que no siempre ha sido tan fácil lograr una dote. Siendo yo una niña, escuchaba a los mayores cómo hablaban del ajuar. Lo hacían con el siguiente término. Replegar per casar.
El noviazgo de los años cincuenta del pasado siglo, más flexible que el que disfrutaron los antepasados, que debían soportar a la suegra frente a frente, festejando con una cómoda en medio de la pareja, a modo de parapeto y esto cuando ya estaban apunto de contraer matrimonio, antes era prohibitivo entrar en la casa, por ello las jóvenes disponían junto a la ventana, la que daba a la calle un festejador, llamado así un banco de obra, donde se sentaba mientras su pretendiente desde fuera, por no tener entrada en la casa, le declaraba su amor, haciéndole saber que le resultaba imposible dormir recordando su mirar, y así mientras intentaba declararle su amor, pasaba el tiempo hasta que llegaba la fecha acordada entre las dos familias para concretar la boda.
Las parejas de 1950 se vieron libres des cantarano, soportando estoicamente la carabina, los ciclos o episodios eran varios, a saber: Flechazo, enamoramiento, acompañamiento hasta dos manzanas lejos de donde vivía la chica, acomopañamiento hasta la puerta de la calle, de ser invierno se daba permiso para cortejar unos minutos en el portal con la puerta abierta, hasta que se concedía que los padres del galanteador pidieran a los padres de la joven, otro permiso para que pudiera entrar en la casa. A partir de ahí todo anava rodat. No todos los casos coincidían con el mismo tiempo de noviazgo, la cosa estaba relacionada con ses peles. Dicen que el dinero no lo es todo, pero desde mi perspectiva de chica mayor me atrevo a decir en voz alta sin miedo a equivocarme, que don dinero lo mueve todo. Por lo cual el factor tiempo iba ligado al del capital. Es por ello que había parejas que con uno o dos años podían casarse, mientras otros veían pasar un fotimé i no hi havia res a fer.
Haber dado permiso para cortejar, no significaba que lo otorgaban para casarse, para este paso se precisaba de otro encuentro entre futuros consuegros. De tratarse de gente obrera, intentaban coincidiera en una fecha festiva o especial como podría ser, dilluns de 'pasco', la segunda de Navidad etc. según la amistad de ambas se invitaba a comer o tan solo a tomar café. Por supuesto un cafè des bo.
Se acordaba mes y día, la iglesia donde se celebraría, siempre en la parroquia a la cual pertenecía la novia.
El tema parroquias iba muy remirado. Las familias se bautizaban, recibían la confirmación de bolquims (como fue mi caso) hacían la primera comunión, si eran hembras, se casaban y por último cerraban el ciclo de su vida católica con el funeral, que se celebraba a los ocho días de la defunción. Nada que ver con la costumbre actual que pasean al difunto desde el punto que fallece, al tanatorio, vuelta a salir a la iglesia para su última misa cuerpo presente y vuelta al cementerio. Un nai, nai. Per amunt i per avall.
De suceder en Mahón y desear ser incinerado, vuelta a subir al coche fúnebre rumbo a Ciutadella y caminito al punto de destino. Alguien me comentó, que a más kilómetros mas impuestos, al paso de cada municipio se debe aportar, una tasa. Dice el filatero lo ve una especie de jaleo bus. En hi ha de ball, amb es polítics.
Pido disculpas por salirme del guión se suponía debía ir de ajuares, pero el tema iglesia me ha llevado por otros derroteros, y es que la muerte también entraba en el ajuar.
Las novias, al bordar las sábanas, decantaban una de ellas para tal ocasión, toda ella bordada en blanco, la más rica en bordados y puntillas, con su coixinera y el pañuelo todo a juego. Tampoco esto ya se estila, se va a lo práctico. Te enrollan en una sábana lisa y sanseacabó.
El ajuar de una novia de clase media alta consistía:
Una docena de sábanas para cama de matrimonio de damunt. En Viuda de Tolrá o Manola Verde, las mejores marcas en tejidos de cama. La misma cantidad de davall. De estas se permitía, alguna mas económica, las conocidas de cotonet.
De tres a cuatro mantas de lana y alguna de algodón. Un cubre cama de invierno y otro para verano. Una màrfaga y un edredón para los pies. dos bolsas de agua caliente de la casa Codina, la mejor fórmula para calentar el tálamo nupcial.
Un mullido colchón de matrimonio, lleno de lana, y dependía si se instalaran de uno a dos dormitorios más. El de soltera y otro para invitados. Equipado con todo su menester. Incluido un orinal en cada habitación.
Doce toallas, algunas de baño y otras de pequeñas para lavar la cara. Varios peinadores, la bolsa para guardar los peines y otra para las pinzas de pelo, rulos y bigudíes.
Seis mantelerías para mesa de comedor de seis cubiertos. Dos de ocho y otras dos de docena. Estas dos últimas se suponía se usarían en festividades como Navidad, lo que invitaba a que se confeccionaran otras más con sus tapetes todas ellas a juego, pudiendo vestir la mesa camilla, las mesitas de tomar el café o el té, cubre bandejas etc.
Otras mantelerías para la mesa de la cocina de uso diario, trapos de cocina de tela y los de rizo americano (tela rusa). Delantales, babis para llevar por casa, bolsas de tela. Hay que tener en cuenta que en 1950 se guardaba en es rebost, las lentejas, garbanzos, judías blancas, habas, arroz, en sacos individuales hechos a casa, que además de prácticos, te ayudaban a guardar un orden.
La batería de cocina, tres ollas diferentes, tres cazuelas, dos cazos, la lechera, el hervidor de la leche, y tres potes para calentar, leche, agua. Sartenes, varias cazuelas de barro, y en la despensa botes de cristal de uso práctico, azúcar, bicarbonato, 'sideral', miel, café, frutos secos.
En el lavadero, un còssil, o pica, no habían llegado las lavadoras eléctricas, dos tinas de zinc, una palangana, un delantal con un gran bolsillo en el que se podía leer: Pinzas, y en su interior las mismas para la hora de tender. Un cesto de mimbre es covo para recoger la ropa seca y poder decantar la que debía ser repasada y la de plancha.
En el comedor, el bufete, trichant, o vitrina. En su interior la cristalería. Doce copas de agua, doce de vino blanco, la misma cantidad para tinto, otras para licor y de champán.
Un juego de café, otro de chocolate o te, todo ello en porcelana, juegos de licores, jarras de agua, fruteros, "te llegaban a regalar infinidad de trastos que jamás se usaban ni tan siquiera se conocía su uso. Por lo que veo me olvidaba de la cubertería , la vajilla con la sopera y toda su parafernalia. Y los platos y vasos de uso diario.
Menos mal que a alguien se le ocurrió lo de las listas de boda, evitando piezas repetidas y más trastos de los deseados, inservibles entre ellos jarrones espantosos y repetición de juegos de café, licoreros, platos de postre. Ello hizo que antes de la boda y antes de repartir las tarjetas, se acudía a la tienda deseada decantando estas cosas precisas y que tanto te gustaban para tener en el nuevo hogar.
Los vecinos, solían obsequiarte, con la escalera de encalar, el cubo de la basura, el de fregar, la escoba, la pala etc.
Me siento satisfecha con este inventario hecho de carrerilla, tal como me preguntaba el otro día mi amiga, la que me da fuerza en momentos precisos, mi valencianeta al preguntarme cómo escribía todas estas cosas, pues sí mi querida niña, de la cabeza, de la memoria histórica dirían algunos, intento meterme en cada una de las dependencias y voy desgranando, me hubiera gustado escribir lo que dice don Pedro Riudavets Tudurí, pero no hay nada que cuadre con la actualidad, estamos en otro momento muy distinto al de 1888 y no digamos el cambio de 1950 en que me había centrado al actual de 2013.
Antaño, desde los muebles hasta la cubertería todo lo compraba la pareja, a base de hacerse los consabidos regalos de cumpleaños, fiestas y reyes, mientras que ahora, no se replega res, se apunta a la lista de bodas y todo concluido.
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