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Xerradetes de Trepucó

En la otra orilla del puerto de Mahón

Vista panorámica del puerto a la derecha el chalet del señor Moysi Sauret (padre de Socorrito Vda. de Hernandez) enfrente el inconfundible vivero del señor Ernesto Félix "en mollets". Foto Adolfo Coll (archivo Margarita Caules)

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Se podrían escribir infinidad de cosas sobre el puerto de Mahón. En mi contabilidad, al estilo casero llevo muchas, pero siempre quedan algunas por contar. Lo hago inducida después de recibir peticiones, nunca faltan, principalmente de gentes que vivieron su infancia entre nosotros y al encontrarse lejos, les encanta leer vivencias y recuerdos. Lo mismo sucede con jóvenes que cumplieron su servicio militar, la mayoría de ellos no han vuelto a pisar la isla y siguiendo aquel viejo proverbio de recordar el pasado es volver a vivir, aquí me encuentro dispuesta a quitar amarras "des bot culé " para ir a pasar el día a "saltra banda", felices, llenos de ilusión, poco equivalía a mucho. Con dos cestas de palma, se transportaba todo. En una, la toalla o albornoz, un peine y el bañador. Las zapatillas para nadar se llevaban puestas desde casa.

En la otra, los platos precisos, de porcelana (jamás se rompían) al igual que los vasos, los primeros llegados de plástico, de la firma Ta-Tay. Mientras unos llevaban una garrafa de vino a compartir con familiares o amigos, otros no olvidaban el botijo de agua, manteniéndose fresca. Un pan, la fiambrera con milanesas y aparte, liado con el pañuelo de toda la vida "es de llista" dos peroles, el de la coca con sobrasada o albaricoques y el de patatas al horno, con chuletas o a la pobre, con tomates. Una auténtica delicia. Me olvidaba de los tenedores, el cuchillo y el melón o sandia.

Los hombres se encargaban de la manta y una sábana de matrimonio, imprescindible para montar una especie de toldo mientras reposaban su cuerpo sobre la manta de soldado.

Se requería levantarse de buena mañana, no fueran a perderse los puntos privilegiados de la cala de san Antonio, encontrándose varios muy codiciados, incluso se producían disputas para lograrlos.

Los que disponían de embarcación, disfrutaban navegando desde la playa de la Nou Pinya hasta la entrada a cala Rata se podía nadar, mariscar, pescar, los mayores sacaban algún asiento "de mitja vida" contemplando a los jóvenes bañistas, mientras sostenían un paraguas a modo de parasol, los hombres para protegerse, solían hacer un nudo en cada esquina de su pañuelo " de mocar" colocándolo a modo de casquete, pretendiendo huir de una insolación. Esta modalidad, "des mocador dalt es cap" era propia de los albañiles, homos de sa colla, payeses. etc.

Recuerdo que en el muelle "des banyers de pedra" era muy arenoso, fui muchas veces a nadar con las niñas del cuartel de la Guardia Civil. Hoy sería impensable pero en 1950 no estaba mal visto que los carabineros de mar utilizaran el bote al remo que disponían para vigilar la rada y llevaran a su familia a tomar baños, era de lo más normal, pocas veces iban solos aprovechaban para embarcar el grupo de amiguitas de sus hijas. "Fèiem una xalada".

El amarre de la embarcación, de color gris plomizo, algo más fuerte que las motoras, se encontraba frente a La Consigna ( la Aduana) junto a la escalera donde la Estación Naval usaba como punto de llegada y partida de la falúa conocida por la Marieta. Conducida por dos o tres marineros que cumplían con el servicio, siendo destinados a la barca que transportaba cada hora "gent per amunt, gent per avall".

Al hablar del tramo que describo más arriba, comprendido de la Nou Pinya hasta la propia cala Teulera siempre se consideró muy bueno para toda clase de moluscos. Díganle "escopinya de gallet, llisa, mica de pa, de frare, o gravada", "peus de cabrit, caragols de tap", sin olvidarme de los pulpos, ni las sepias. Para los que no sabíamos de estas cosas, nos encantaba dedicarnos a coger estrellas de mar que las había de todos los colores y tamaños y "vergues manses a cascarrells". Referente a estas, añado que siendo una chica mayor, que digo, bien mayor, con motivo de ir a cenar al desaparecido restaurante El Gregal se nos ofreció un picoteo, todo riquísimo y cuál no fue mi sorpresa al enterarme de que estaba comiendo "verga mansa".

Era frecuente encontrar en aquellos muelles, bien el del Carbón, Sa Riba, o Baixamar, puntos donde se reparaban xerxas, no estaba establecido un lugar concreto, se podían arreglar las redes, según "es magatzem des peix". De aquellas mallas se iban desprendiendo, infinidad de curiosidades procedentes del fondo marino, que se iban depositando a medida que se reparaban las mallas. "Cascarrells", corales blancos, algunos de rosados, piedras, caracolas y también caballitos de mar. Lamento no haber guardado ninguno de ellos para poderlo enseñar a Judith. Su color blanquecino algo amarillentos, la gente los conservaba para un momento de apuro como podría ser "una mal de capada". Tes y tisanas ayudaban a eliminar toda clase de dolencias, de ser muy fuertes que ni las consabidas aspirinas funcionaban, se recurría a ponerse sobre la frente el caballito de mar sujeto por un pañuelo atado. Esperando un buen resultado.

Tras haber repasado el tramo frente a Corea donde fondeaban las barcas del bou, y haber recorrido hasta Sa Punta, frente al 225, otro grupo de barcas "bolitxeres", solian faenar, "xano, xano", me dirigí hacia la Vinyeta o Cós Nou, recordando la infinidad de veces que escuché y otras tantas leí, que en su tiempo se trataba de un pantano, repleto de juncos.

Fueron los holandeses sirvientes de los ingleses durante la guerra de sucesión a la corona española, los que se hicieron cargo de aquella zona aprovechada para reparar sus escuadras. En el libro del religioso Francisco Pons se lee que colocaron tiendas provisionales para abrigo de los operarios y para resguardar los géneros. Fue en 1723, cuando los ingleses amos de la isla fabricaron tres almacenes para reparar sus buques de guerra, quedando parado durante los siete años que pertenecimos a la corona francesa. Por suerte volvimos al dominio británico fabricándose otros tres almacenes mas, allanándose la pequeña isleta conocida "d'en Pintot" que gracias a un puente de madera comunicándose con el astillero. Y no voy a continuar. Lo escribí otras veces y no pretendo cansarles. Tan solo añadir que no es extraño que aquel litoral en mi infancia fuera arenoso, no podía ser de otra manera. Lo había sido "tota sa vida".

Tomen buena nota, no confundan los holandeses de 1723 con los que llegaron en 1820 para invernar, habían transcurrido casi cien años. Aquellas escuadras junto a la de estados Unidos, la de Inglaterra, sin olvidarnos del buque insignia español Fernando VII, entraban y salían como auténticos vigilantes. Si hoy es el puerto de Rota el segundo más importante de Europa y el primero del Mediterráneo, antaño lo fue el de Mahón y si bien hemos perdido, importancia y poderío en todos los sentidos, inclusive nos supera el de nuestra siempre querida y admirada Ciutadella, no nos queda otra cosa que pedir dimisiones, y sustituciones de cargos por su demostrada incompetencia, algo que se debió llevar a cabo años atrás cuando la autoridad, bien de dalt la sala, dígase portuaria o lo que fuere no supo parar los pies al que proponía ejecutar el fin de una historia escrita en nuestra ladera norte que hoy con lágrimas en los ojos y cajas de valiums leemos en la portada del diario Menorca, la mayor vergüenza jamás concebida. La Solana, las casas desalojadas ahora se tapian. Los franceses por menos cortaron la cabeza a María Antonieta.
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margarita.caules@gmail.com

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