El ginebrino Sismondi de Sismonde es el crítico más inteligente que tuvo el liberalismo clásico a principios del siglo XIX, en contra incluso del ambiente de la época, tan favorable al capitalismo, ofreciendo un acervo intelectual común para los defensores del reformismo social desde 1850, fueran o no colectivistas. Su límite fue no insistir en la idea de que el último fin del proceso productivo es el bienestar social, contentándose en apelar a la "intervención moderada" del Estado.
Otro reformista social después de la derrota de Napoleón en 1815 fue Saint Simon, que centra sus críticas sobre la libertad individualista de la economía clásica liberal. Buscando soluciones políticas que dieran trabajo para todos, sin romper con una visión jerarquizada de la sociedad. Es un precedente de Marx al observar en la asociación universal de hombres el motivo de la transformación histórica.
El análisis marxista conduce a una doctrina bien conocida que propugna el futuro de una sociedad sin clases. Arranca del estudio de la realidad histórica de los efectos sociales de la Revolución Industrial, mediante el método dialéctico materialista, cuyo alcance excede el sentido de estas reflexiones, salvo consignar aquí su descalificación del individualismo metodológico de la escuela de Adam Smith, en términos analíticos filosóficos originales que también le apartan del realismo crítico, inclinándose por una ideología que reclama la lucha de clases, en defensa de la subsistencia de la clase trabajadora.
Individuo y sociedad no se oponen, se complementan y ello hasta el punto que son igualmente esenciales, igualmente justificados, guardan entre si mucha dependencia y son dos entes destinados uno para el otro. La sociedad es un ser moral y se trata de la perfección simultánea del individuo y de la sociedad.
La Economía política, adelantada como ciencia basada en el laissez faire durante el siglo XIX, lo estuvo poco como ciencia social, habiendo caído en el límite de la deshumanización, haciendo caso omiso de las consideraciones sociales. La paz social hay que buscarla en el fondo social y es un error fiarla a situaciones políticas pasajeras por sí mismas. La situación política no será satisfactoria si no hay entendimiento entre la realidad social y quien opera el poder. La acción a favor del bien común compete a todos los ciudadanos, pero especialmente a las minorías dirigentes ¿Qué significa civilización cuando el mayor número carece del más mínimo bienestar económico?
Mi opinión es crítica con el laissez faire del individualismo metodológico y mis argumentos pretenden basarse en la sensatez y equilibrio del realismo crítico; señalando también las sucesivas doctrinas que a lo largo de la historia de la filosofía se apartaron de sus planteamientos, dando así lugar al liberalismo clásico de Smith, como base de la ciencia económica predominante en el XIX, con todas sus contradicciones y efectos sociales no deseados. Los desaciertos marginalistas y neoclásicos condujeron a la crisis internacional llamada de 1929.
John Maynard Keynes, influenciado por su maestro en la Universidad de Cambridge, A. Marshall y otros economistas, pero sobre todo por su profunda formación filosófica personal, condujo la ciencia económica al realismo crítico como base científica, poniendo límites a un siglo de argumentos económicos un tanto artificiales y abstractos, con signos de insuficiencia humanista, salvo importantes excepciones, que fueron eclipsados por la contundencia dialéctica y brillante de David Ricardo en contra de Malthus. Keynes ostentó el liberalismo crítico propio de un liberal moderado, reformista social del capitalismo, que desarrolló sobre todo en su Teoría General.
En definitiva, aquí destaco que Keynes como resultado de su filosofía realista, permite concebir un circuito económico y monetario de origen histórico descriptivo, contando con el precedente de Wicksell al respecto y todo ello al servicio del empleo laboral como finalidad predominante. Sus frutos políticos, positivos y reales, fueron evidentes en los decenios de 1950 y de 1960, en especial en Europa; a pesar de que el filósofo de la historia Oswald Spengler había preconizado a principios del siglo XX la decadencia irreductible de la civilización occidental. Keynes con su obra permitió la continuidad del capitalismo industrial moderado, así como la viabilidad del "socialismo ético" (social democracia), tal como lo denomina el mismo Spengler.