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La partida diaria

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La partida número 22.911 fue brillante... No vencieron las blancas; tampoco las negras. ¿Tablas? -No, no sabría responder...; pero sí reflejaron satisfacción los jugadores, seducidos por este propósito recién comenzado... El lector ganó y creo que así seguirá, así ha de continuar en los próximos retos diarios, en los que -salvo él- no se han de proclamar ni vencedores ni vencidos. Quizás desearía -ese lector, jugador plural- que en lo sucesivo el tablero se vistiera como en el primer día: con entretenidas y ecuánimes letras; de prometedoras y constructivas partidas... Y el lector, que a la vez podrá significarse con las blancas y con las negras, moverá -seleccionará- las piezas que más le digan..., que es su decisión y su señorío, en este nuestro entablado rico y diverso de matices.

Solo hay un camino, leer, leer, leer... defendía con vehemencia, en recientes declaraciones, la escritora sudafricana y premio Nobel Nadine Gordimer, preocupada por la poca disposición que por la lectura se observa. El lector sabe que en ese alegórico estado de sesenta y cuatro cuadros..., donde las múltiples y variadas piezas son ahora treinta y dos... (y no la mitad), tendrá donde escoger; y leerá... Intuye que ninguna pieza, en su dispuesto movimiento, le ha de defraudar. Y entiende, hasta donde alcanza, que, además de las piezas nobles que con su elegancia magnifican las partidas e invariablemente las someten, los peones, que son guardia pretoriana, pese a su trabado andar, también pueden ayudar... o incluso ganarlas; y de ajedrez hablamos...

Sabe además, el jugador, lector al fin..., que claridad, respeto y libertad han de ser seguros movimientos en el juego, que es diálogo franco y moderado y también instructivo en esta escritura diaria que se nos ofrece; o conversación educada entre iguales, que es otro nombre a la par admitido que se nos regala; y de lectura hablamos... Y también de diálogo..., tan fácil a veces ¿por qué se recela cuando más se precisa?; como en estos momentos en que se obliga ineludible lucidez; y de educación y de enseñanza conversamos...

El lector, jugador al fin, que aun no siendo constante ni del todo acertado en sus lecturas ( ni en sus partidas...), no duda que el descubrimiento del diálogo, nacido posiblemente en la antigua Grecia, debió ser muy apreciado triunfo en los lazos de verbalizar, que es compartir incertidumbres y pesares, intercambiar pareceres e incluso opiniones enfrentadas; tampoco duda que debieron ser sendas que, desde la buena voluntad, arrimaron compuestas divergencias hacia la sosegada orilla del entendimiento. Tenemos una buena prueba...

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