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Una victoria en mitad de la guerra

Contracrónica de la acampada, por Dino Gelabert-Petrus

| Maó |

Para ganar una guerra, hay que ir sumando pequeñas victorias. Raquel García, Sara Casero y el cerca de centenar de personas que han acudido a la acampada que desde el lunes, día 16, se había instalado en la entrada de la Delegació Territorial d'Educació han logrado el primer paso hacia su objetivo, al acelerar, presumen, el nombramiento de la nueva delegada territorial de Educación. No ha sido fácil ni agradable, pero sin duda ha merecido la pena, creen.

Atrás quedan ocho días sobreviviendo en la calle. Estas dos madres han impulsado una pequeña revolución que ha arrastrado a todo aquel que se ha acercado al lugar. "Fue improvisado y cuando llevábamos una hora se acercó una vecina con caldo para que no nos rindiéramos ni nos marcháramos, ni siquiera a comer", recuerda Casero. La decisión y la valentía con la que estas dos mujeres decidieron acampar contagió pronto a más gente que se acercó para darles alimentos, apoyo moral, un rato de charla o, sencillamente, juegos de mesa, porque ocho días dan para un mínimo de 192 horas que a la intemperie se hacen muy duras de pasar.

Este pequeño ejército de valientes soldados anónimos se fue incrementando con el paso de las horas. El punto álgido llegó el viernes cuando fueron 13 las tiendas instaladas para pasar la noche y el número de personas llegó a 33.

El grupo agradece el apoyo que ha tenido desde el primer momento. Los bares de alrededor, algunos vecinos y el propio centro les dejaron utilizar los servicios, los panaderos les han dado pan gratis, los vecinos han suministrado comida y juegos de mesa. Quedarse con un momento especial puede ser difícil, aunque siempre les quedará aquella noche en la que apareció de la nada un pizzero con una pizza familiar pagada. "Nadie sabe quién lo hizo, simplemente la encargó, la pagó y nos la envió, fue un gran detalle", admiten.

"Somos personas antes que estudiantes"
Los acampados reconocen que han pasado momentos duros pero el miércoles recibieron una inyección importante de energía y optimismo cuando tres estudiantes, Julia Mercadal y los hermanos Andreu y Héctor de la Viuda decidieron unirse a la causa. "Puede que seamos estudiantes pero antes que nada somos personas, estamos luchando por nuestra educación pero también para la de los jóvenes que vendrán", razona Marcadal, de 18 años y con una madurez sorprendente. "Vimos lo que pasaba y pensamos que no era correcto dejar que las madres, los padres y los profesores cargaran con toda la responsabilidad", añade la joven que está cursando segundo de Bachillerato.

"Lo más bonito es que hemos convivido gente de todas las edades y de todas las ideologías, hemos hablado y debatido", matiza Raquel García. Los participantes se han ido turnando, no todos pasaron la noche en la calle, otros acudían para hacer compañía y entrada la noche se marchaban a casa.

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