Una vez más, utilizaré una expresión italiana para encabezar mi artículo. No sé vosotros, pero yo ya estoy más que harta de «vendedores de aire frito». Según el glosario de frases hechas de la Wikipedia, «llámense así los que defienden una idea, un proyecto, un discurso aproximativo, evanescente, privo de sustancia y sin fundamento». Algunos de nuestros políticos, empezando por los más destacados, como el propio presidente del Gobierno, que miente más que habla, o el supuesto líder de la oposición -que probablemente fue un buen ministro, pero al que sin duda le falta carisma para llegar más allá-, son un magnífico ejemplo de vendedores de aire frito.
Por eso no es de extrañar que nuestro actual presidente del Gobierno -visto que ni siquiera sabe lo que es una acotación como el ya tristemente famoso fin de la cita -evite hablar en público y suela delegar dicha responsabilidad en Soraya Sáenz de Santamaría que, lejos de ser una oradora brillante, al menos no aburre a las ovejas. En cuanto a Rubalcaba, él no se escaquea a la hora de comparecer ante los medios, pero está lleno de tics y tampoco se aparta del guión trazado.
Independientemente de cuáles sean vuestras ideas políticas, ¿es que nadie echa de menos la labia de Felipe González o la lengua viperina de Alfonso Guerra? Por no hablar de la cadenciosa solemnidad de Adolfo Suárez, autor de la célebre frase Puedo prometer y prometo…, al que apenas recuerdo. Incluso Manuel Fraga, que nunca se distinguió por hablar de forma clara e inteligible, era preferible a los oradores de medio pelo que pululan actualmente por el Congreso de los Diputados, incapaces de subirse a un estrado sin leer de cabo a rabo un discurso preparado de antemano por sus asesores (solo así se entiende que Ana Botella hiciera el ridículo en Mundivisión con su relaxing cup of café con leche) acompañado de movimientos robóticos y desacompasados como los de José Luis Rodríguez Zapatero. Los que más destacan -hablo solo desde el punto de vista retórico, sin entrar a juzgar su filiación política- no pasan de ser oradores mediocres, como Cayo Lara, Rosa Díez o Susana Díaz. Por más que lo pienso, no logro encontrar ninguno que me entusiasme.
Soy de las que piensan que es mejor llamar a las cosas por su propio nombre -Al pan, pan y al vino, vino-, pero no veo por qué al adquirir un producto comercial exigimos que esté bien presentado y a la hora de elegir a nuestros representantes políticos durante cuatro largos años no les pedimos que nos doren la píldora con un buen discurso.Mis alumnos alucinan cuando les digo que la Retórica, o arte de hablar bien, a finales de la Edad Media o durante el Renacimiento era una asignatura destacada e irrenunciable dentro del programa de estudios de cualquier universidad que se preciase. Hoy en día, sin embargo, apenas se le da importancia.
Por supuesto, la retórica no debe andar en detrimento de la verdad ni de la coherencia política. No vale ser un orador tan persuasivo como Obama, que incluso fue capaz de entrar bailando con naturalidad en el David Letterman's Show, y no cerrar Guantánamo, una de las promesas que le valió su primer triunfo electoral, además de un precipitado y bochornoso Nobel de la Paz. No vale ser un encantador de serpientes como Silvio Berlusconi, que domina como nadie el arte de encantar a las masas con su palabrerío vacuo, gestos campechanos y bromitas de mal gusto, y utilizar la política para enriquecerse, amén de para satisfacer sus bajos instintos.Hay que reconocer que los políticos italianos en general -a excepción de su sosísimo primer ministro, Enrico Letta- nos sacan delantera en esto de la retórica. También es verdad que están mucho más entrenados que los nuestros, ya que casi todos los días tienen oportunidad de participar en algún encarnizado y apasionante debate televisivo. ¡Ojalá tuviéramos nosotros aquí a algún político de verbo tan vivo y pintoresco como Antonio Di Pietro, fundador de Italia dei Valori!
Aunque si algo no echo de menos -para kamikaze ya tenemos al ex presidente Aznar- es el estilo incendiario y nihilista de Beppe Grillo, impulsor del Movimento 5 Stelle. Que se lo queden los italianos.
¡Vade retro, vendedores de aire frito!