El mundo es más miserable desde el jueves. La débil luz que mantenía con vida a Nelson Mandela desde hacía ya demasiado, se ha apagado. El expresidente sudafricano deja detrás de si un legado que le hará ser inmortal y que debería conocer obligatoriamente cualquier ser humano que se precie. Madiba, como también se le conocía, firmó en vida un manual de cómo hacer las cosas, un auténtico ejemplo a seguir, quizás no por haber hecho lo mejor sino por optar, sencillamente, por hacer lo correcto. Luchó, como ni tú ni yo jamás haremos, por aquello en que creía a sabiendas de que el precio que podía llegar a pagar era el de la muerte o uno más caro, la cadena perpetua.
Estuvo 27 años preso por luchar por la igualdad en Sudáfrica y cuando fue liberado, en lugar de elegir el resentimiento y abanderarlo con la sed de venganza, prefirió la paz. El consenso. Y triunfó. Lideró y liberó a su país del apartheid ganando democráticamente las elecciones, luchando por el pueblo, preocupándose por aquellos que no tenían nada y que confiaron en él para que mejorara sus vidas. Maldita sea... Nunca querría haber escrito este artículo.
Me gustaría que estas y otras palabras llegaran a los escritorios de todos los políticos de este país. El mundo entero está llorando la pérdida de un líder, de un auténtico guía y vosotros sois unos miserables. Nadie llorará por vosotros cuando os marchéis porque así lo habéis querido. Caeréis en el olvido como se pierde un soplo de aire en mitad de una tormenta. No habréis sido ni seréis nunca nadie.
Desde esta modesta columna os ninguneo a vosotros y a vuestras estúpidas decisiones. En ese «culpa tuya», «no, culpa tuya» infantil que se convierte cualquier atisbo de diálogo entre un bando y el otro mientras el que de verdad sufre, el indefenso, ve como sus sueños se convierten en poco menos que nada. Como el hoy se le complica exasperadamente hasta el punto de que pensar en el mañana es un lujo que no se puede permitir.
Nadie lamentará vuestra marcha, es más, os habéis ganado a pulso que se celebre. Puñeta. Desde abajo nos conformaríamos con que fuerais la mitad de valientes de lo que Mandela fue. No para subiros el sueldo y las dietas una, y otra, y otra vez, sino para tener el coraje de liderar una revolución social que quizás os haría menos ricos pero, sin duda, más personas.
Porque aunque no lo creáis, el dinero no lo compra todo. Por ejemplo, el amor, el respeto y la admiración de un planeta entero. Pero vosotros seguid inaugurando grandes construcciones o recortando servicios básicos. Seguid a lo vuestro, que vuestra inmortalidad dura cuatro años.
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