El progreso en el tratamiento de enfermedades de origen psicológico en el último siglo ha sido muy importante. Existía antes un sector de la población que era perpetuamente marginado debido a estos desórdenes que ahora se puede incorporar a una vida normal. Eso es reconfortante y esperemos que siga el progreso.
Como en todo lo humano, al progresar seguimos a la vez un movimiento pendular. Pasamos de no hacer ningún caso a quienes padecen estas enfermedades a una obsesión de que todos padecemos alguna anomalía.
Estas enfermedades por una parte son de difícil diagnóstico y por otra parte los humanos tenemos una tendencia a quitarnos responsabilidades y esperar que alguien nos solucione los problemas. Esto ha hecho que exista una proliferación de seudo enfermedades psicológicas y una tendencia a justificar lo que son faltas de voluntad de actuar con pretendidas patologías.
En EEUU vemos eso mucho más que en otros países. La proliferación de tratamientos de tipo psicológico no siempre parece justificado. Tiene que ser una labor muy difícil por parte de los profesionales el distinguir entre casos auténticos y casos de dejadez.
La situación llega a un límite cuando se usan esas justificaciones psicológicas en pretender disminuir la responsabilidad de quienes han cometido un delito. Recientemente ha habido un caso en que se ha llegado a un extremo increíble. Es el caso del niño rico que se evitó las responsabilidades criminales gracias a sufrir lo que sus abogados llamaron un caso de «afluencia».
Se trata de Ethan Couch, un chico de 16 años, que conducía borracho, superando tres veces el límite de alcohol para un adulto, para un menor el límite es cero ya que no están autorizados a tomar bebidas alcohólicas a esa edad. También había consumido drogas. Iba con unos amigos en un coche de la compañía de su padre, sus amigos le pidieron que bajara la velocidad, y él aceleró. Como consecuencia perdió el control y atropelló a varias personas. Cuatro peatones murieron como consecuencia de ello y dos de los amigos que viajaban con él resultaron heridos.
El juicio de Ethan se celebró en Fort Worth, Texas. El fiscal pedía 20 años de cárcel por los homicidios imprudentes, pero el juez no le condenó a cárcel sino que le puso 10 años de prueba en una institución privada para recibir tratamiento. El coste en esta institución es de casi medio millón de dólares al año, coste que subvencionan los padres del chico. Ethan es de familia rica y puede permitirse el lujo de mantener su hijo en esta institución.
El chico fue tratado con indulgencia a pesar de que ya tenía antecedentes penales. Ethan había sido detenido una vez por ir borracho y otra vez la policía lo encontró dormido en el coche con una chica de 14 años desnuda.
El argumento de la defensa y que la juez, Jean Boyd, aceptó es que Ethan sufre de «afluencia», una nueva enfermedad que los abogados introdujeron. Se trata de que sus padres tienen mucho dinero y el chico está acostumbrado a actuar sin tener en cuenta responsabilidades. Ha sido educado de forma tan permisiva que no tiene ningún sentido de responsabilidad individual. No entiende las consecuencias de sus acciones. En base a eso adujeron los abogados que no se le podía hacer responsable de las muertes que causó.
Por sorprendente que parezca este argumento, que eximiría a los niños de padres ricos de cualquier culpabilidad, fue aceptado por el juez. El mismo juez que unos meses antes había condenado a un chico de 14 años a 10 años de cárcel sin posibilidad de reducciones, por participar en un robo en el que no hubo ni heridos. Pero claro, ese otro chico era pobre y negro.
Como es típico de nuestra sociedad, hemos pasado de excluir un sector de población por tener enfermedades que no entendíamos, a usar los nuevos conocimientos para excluir responsabilidad de quienes siempre lo han tenido todo.