Carta desde Oak Ridge
Benjamín Carreras
La muerte de Adolfo Suárez ha ocupado el centro de atención de la mayoría de españoles en los últimos días y por muy buenas razones. Adolfo Suárez ha sido y seguirá siendo el símbolo de la transición democrática en España, un ejemplo para todos los políticos de como generar consenso y de mantener claras las prioridades del país.
Para los que tenemos un cierto numero de años, la memoria de Adolfo Suárez nos lleva a muchos momentos muy interesantes de nuestras vidas. Momentos en los que no necesariamente supimos todos ver el significado de su trabajo.
Cuando me enteré que el rey había escogido a Suárez para llevar a cabo el proceso de la transición democrática reaccioné con bastante escepticismo. Ni uno ni otro me merecían mucha confianza en aquel momento habiendo sido ambos partes del sistema. En esto me equivoqué, como otras muchas veces he hecho.
El rey me merecía más confianza que Suárez desde que había tenido ocasión de hablar con él a mediados de los 70, antes de que fuera proclamado rey de España. Me sorprendió cuando lo hice tanto su actitud y como su claridad de ideas. A Suárez solo lo conocía por el papel que había jugado en el gobierno de Franco y dudaba mucho de sus intenciones. Pero su trabajo al frente del gobierno me demostró lo equivocado que yo estaba.
Es curioso que el año pasado también murió otra persona que jugó un papel crucial en una transición democrática, Nelson Mandela. Mandela era una persona completamente diferente y de una ideología totalmente distinta a Suárez, pero los dos tenían un rasgo común: tendían la mano a todos y se abrían el dialogo. Eso es clave para conseguir el consenso necesario que permite el cambio en una sociedad.
Desde el anuncio de su muerte, hemos visto como la gran mayoría de españoles han demostrado su respeto y cariño por Adolfo Suárez. Hemos oído toda clase de manifestaciones elogiosas incluso por políticos que en su momento hicieron lo posible por destruirlo. Su labor no fue recompensada en su momento con el reconocimiento merecido, si no todo lo contrario. Esto me lleva a formular dos preguntas.
La primera pregunta que tengo es: ¿por qué esperamos casi siempre a demostrar el cariño y el reconocimiento cuando una persona ya ha muerto? No es solo a Suárez, sino a muchas otras personas que he conocido y que no les hacemos ni caso en vida y luego nos deshacemos en elogios una vez muertos. Parece que hubiera sido mejor hacerlo cuando aún estaban con vida. En el caso de Adolfo Suárez que tantas tragedias personales tuvo que soportar hubiera sido mucho más útil demostrarle nuestro aprecio cuando vivía y necesitaba toda su energía para seguir viviendo.
La segunda pregunta es: ¿por qué para honrar a alguien como Suárez no lo imitamos en vez de limitarnos a dar discursos laudatorios? Todos reconocemos que una de sus grandes virtudes fue el crear consenso, seria bueno que en este momento de nuestra historia imitáramos su labor e intentáramos todos recrear el dialogo y el consenso que permitió la transición a la democracia.
Estamos viviendo momentos difíciles en España y no es solo por la crisis. Se está perdiendo la confianza en las estructuras del Estado, ya no se percibe que esta España sea tan democrática como creíamos.
Los problemas son múltiples. Entre ellos están: la rigidez interna de los partidos que muestra su carencia de sentido democrático; el uso de la mayoría absoluta como apisonadora política no solo para pasar leyes sino también para impedir discusión en el Congreso; la corrupción extendida y no perseguida; la falta de dialogo entre las comunidades nacionales.
Para recobrar esa confianza en las instituciones hace falta renovar el dialogo a todos los niveles. El mejor homenaje que podríamos ofrecer a Adolfo Suárez es enfrentarnos a esos problemas con el mismo espíritu que tuvo él en el momento de la transición.