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Cuadratura de la rotonda (y 3). Epílogo: Menos es más

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Es impensable e incomprensible que un cambio tan radical en el paisaje de la ciudad se esté realizando sin ningún tipo de plan concreto, de debate ciudadano y de participación pública, y que se esté permitiendo que la burbuja inmobiliaria y los inversores internacionales tomen decisiones que van a afectar a la calidad de vida de futuras generaciones... de londinenses.¿Creéis que vuestros abuelos lo aprobarían, y vuestros nietos lo aprobarán?»

Esta cita, aparecida en un rotativo inglés, cuyo texto me ha facilitado no un desorientado friki, sino un relevante y exitoso empresario menorquín, no hace referencia directa a nuestra querida isla, cuya burbuja inmobiliaria hace tiempo que explotó como hemos tenido el privilegio de comprobar en nuestras propias carnes, pero tiene mucho que ver con ella, y podríamos parafrasearla sin miedo a exagerar diciendo que en Menorca se están produciendo cambios radicales en el paisaje sin una verdadera participación pública, más allá de algún que otro paripé, en que se simula escuchar las preocupaciones de algún colectivo al que después se ningunea concienzudamente.

Las absurdas obras faraónicas realizadas en Ferreries, o la delirante rotonda en tierra de nadie perpetrada entre Mercadal y Es Migjorn nos dan una pista de lo que quedará del encanto menorquín si el club rotondero continúa con su plan. ¿Creéis que vuestros abuelos lo aprobarían y vuestros nietos lo aprobarán?
No pertenezco al grupo de personas que pretenden volver a la caverna. Entiendo y aplaudo muchos de los cambios que se vienen operando en nuestro mundo. Otros, que no celebro, los asumo sin embargo como incluidos en el kit, representando el papel de daños colaterales de la evolución.

Lo que ni entiendo ni aplaudo es que las decisiones de unos pocos, que en muchos casos velan por intereses perfectamente opacos comprometan el futuro del resto de los mortales.

No descubro el Mediterráneo si denuncio que nuestra fórmula consumista destruirá nuestro bien más preciado («mi casa» señalaba tiernamente con su dedo ET), pero hay destrucciones que no mejoran en nada nuestras expectativas y además son (aún) perfectamente evitables. Tal es, según mi criterio, el caso de la rotonda de Biniai, planteada en un lugar sin cruce alguno, justificada peregrinamente como aproximación de un cambio de sentido que en realidad ya existe mucho más cerca actualmente, y sobre la que se cierne la sospecha de satisfacer intereses privados.

Los ciudadanos hemos soportado ya suficientes afrentas de nuestros gobernantes (la cantidad de dinero que han traspasado unos y otros de nuestros bolsillos a sus cuentas, los diferentes tratos que hace la justicia a los encausados dependiendo de su status, los indultos injustificables, las distintas varas de medir etc. etc. etc.) como para tener ya unas ganas enormes de que se ponga punto final a tanto mamoneo.

Esa rotonda en concreto (estoy dispuesto a aceptar que alguna otra no sea tan inconveniente) no tiene pies ni cabeza. El cruce anterior no presenta siniestraliedad (no es punto negro ni mucho menos), ni genera atasco alguno de tráfico. ¿Qué necesidad hay entonces de arrasar con un entorno rural y cubrirlo de asfalto y farolas? Las explicaciones dadas hasta ahora son de lo más endebles y turbias.

Hagan por favor un regalo a su tierra honrando a sus antepasados y respetando a sus herederos: cuiden el bien más preciado de esta isla única: su singularidad, aquello que la diferencia de sus vecinas. No serán las autopistas quienes nos hagan deseables, sino la excelencia de nuestra planta hotelera (Jardí de Ses Bruixes, Can Faustino, hoteles rurales de nivel, esa es la línea), la virginidad del incomparable paisaje (interior y costero), el mantenimiento de las tradiciones y el carácter pacífico y seguro de la isla, que marcan la diferencia que haría factible la deseable sustitución paulatina del turismo de batalla (pulseritas) por turismo de calidad; aquel que compra predios, aprecia y consume productos y servicios locales, alquila coches y embarcaciones, cena en restaurantes, deja aquí su dinero, y no en manos de touroperadores allende las fronteras.

A estos (y a nosotros) nos sobran rotondas.

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