Señoras, señores! con ustedes el verano, esa época del año llena de operaciones bikinis, olor a barbacoa, record de turistas en los aeropuertos dicen unos y record de mínimos de ventas dicen otros, plagas de medusas y mosquitos, presencia de chancletas con calcetines blancos, pieles morenas o coloradas dependiendo del grado de tanorexia, camareros cabreados por la tontería esa de que trabajan doce horas al día, hoteleros quejosos de los costes de personal, porque mil euros mes por un camarero que curra doce horas les parece un despropósito, ya saben que baja el paro porque sube la esclavitud.
El verano, esa época donde la cerveza se calienta demasiado rápido, esa época donde el sudor aflora a poco que te muevas y los vecinos ejercen el voyerismo auditivo aún sin querer por las puertas y las ventanas abiertas. Pero no se piensen queridos lectores que odio el verano, también se ver las cosas positivas que nos trae, como por ejemplo las vacaciones.
Sin duda lo mejor del verano, para quien pueda disfrutarlas, son las vacaciones. Hace no demasiados años, en los tiempos en los que los banqueros tiraban billetes por las ventanas, se puso de moda ir de vacaciones a sitios cuanto más exóticos mejor. Había personas que más que disfrutar y vivir intensamente su viaje de vacaciones, estaban deseando volver para contarlo, para soltar todo el rollo con lujo de detalles más o menos basados en la realidad, porque el que no viajaba en verano o se iba solo a Mallorca o a Teruel parecía un pringao integral.
Quien no ha tenido que aguantar en una sobremesa entre conocidos, a quien te hace esto no se le puede llamar amigo, después de contar con ilusión sus cuatros días en Barcelona, o su fin de semana en Sevilla, a alguien que despreciaba tu relato y enseguida decía: «No me digas que nunca habéis estado en Tasmania, tenéis que ir. Nosotros fuimos este verano y nos salió muy barato, incluía un paseo en avestruz y una cena con bailes regionales indígenas de lo más mono, todo muy exótico».
Si te reprimes las ganas de lanzarle un plato a la cabeza e insistes en tu fin de semana en Sevilla para demostrar que tú no te arrugas ante nada, buscará la manera y al final te hundirá: «Sevilla no está mal, nosotros fuimos hace unos años. Supongo que tapearíais por el barrio de Santa Cruz, claro, pero es muy turístico. Nosotros encontramos una callecita justo detrás de la catedral y dimos con el bar ideal, con el camarero ideal, las tapas perfectas y los precios redondos. Nosotros somos mucho de salirnos de lo típico».
Porque los listos de los viajes exóticos siempre encuentran la callecita de atrás, siempre encuentran lo autentico, el chollo, lo exclusivo, lo diferente, y lo hacen más rápido que el propio Google. Sus ojos brillan y su pierna se agita con fruición antes de empezar su relato, y ya puede usted bostezar o mirar para otro lado, que el lenguaje gestual no lo captan ni de coña, se tendrá que tragar el rollo de principio a fin.
Ya digo que esto ocurría más en otros tiempos, ahora los que pueden seguir viajando en las vacaciones de verano suelen ser algo más discretos, y la verdad es que se agradece como una muestra de respeto a todos los que no lo pueden hacer. A los listos de la calle de atrás les puede sonar a topicazo, pero donde estén unos amigos para compartir unas cervezas que se quiten los paseos en avestruz, quizás no es tan divertido contarlo pero sí lo es vivirlo. Sea como fuere feliz verano a todos.
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