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Los gobernantes dependen de la opinión pública, deben observarla atentamente, si quieren mantenerse en el poder o alcanzarlo si son aspirantes.

A menudo uno de los fallos de los políticos, que no por común es menos curioso, es que se dejen asesorar, más bien acariciar los oídos, solo por aquellos que les son afines, alejándose cada vez más del sentir de la calle y de aquellos que un día les votaron y les dieron su confianza. Otro riesgo para los dirigentes, y que está detrás de muchas sorpresas electorales, es el de las mayorías silenciosas. A menudo se confunde la mayoría con aquellos que hablan, se expresan, son activos en favor de sus ideas. El resto, que parece minoritario, calla. En una situación extrema ese silencio responde al miedo, como el que padecen las personas que viven en un entorno radical y violento. En situación de normalidad el silencio puede ser también consecuencia de la tiranía de lo políticamente correcto o por puro instinto de supervivencia social. Las personas intentan evitar ser aisladas, se apuntan a las opiniones que parece que tienen más peso o bien dejan de expresarse y acaban por guardarse sus pensamientos en un cajón.

Es un proceso que la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann definió como la espiral del silencio, un círculo vicioso aplicable a cualquier tema de controversia y de cualquier ámbito, léase una infraestructura en Menorca, los nacionalismos, los conflictos internacionales, las persecuciones religiosas...etc. La teoría vuelve a estar de moda porque se pensaba que las redes sociales facilitarían la expresión de esas voces individuales, pero una reciente investigación ha demostrado que no. Las opiniones, los 'me gusta' o los tuits siguen las corrientes dominantes y los que creen que su post no será popular se callan. Afortunadamente y en democracia, ese silencio se puede romper en las urnas.

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