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El jardín de las delicias

El juego del teléfono

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Si tuviera que elegir cuál es, en mi opinión, el juego que mejor caracteriza nuestra época no sería un videojuego cruento ni cualquier absurda aplicación para móviles y tabletas, sino algo tan sencillo, pedestre y anticuado como el juego del teléfono en el que, según la definición de Wikipedia, «los participantes se divierten al escuchar cómo un mensaje se va distorsionando al ser transmitido a lo largo de una cadena de oyentes».

Cada uno oye lo que quiere y, si para ello tiene que transformar la realidad a su propio antojo y conveniencia, la transforma sin reparos. En el improbable caso de ser reprendidos por ello, siempre se puede aducir alguna excusa barata del tipo «yo no lo había entendido así», «con las prisas, ya se sabe…» o incluso «la definición de pantalla de mi móvil es muy mala». Por otro lado, la verdad es que los medios de comunicación actuales nos ponen en bandeja de plata seguir siendo tan dispersos, aproximativos y chapuceros. Pondré dos ejemplos de esta misma semana.

Primero: el miércoles a primera hora de la mañana, nada más entrar en clase, mis alumnos de 3º de ESPA me saludaron con la noticia de que en Finlandia –cuyo sistema educativo idolatro y ellos lo saben- habían «prohibido la ortografía» y, por lo tanto, no veían razón para seguir estudiándola. «¿Qué? Pero, ¿se puede saber de dónde os habéis sacado eso?», les pregunté. Pues de una aplicación informática, ¡cómo no!, que les manda un cóctel de noticias tan resumidas y descontextualizadas que apenas se entienden y que, en el mejor de los casos, parecen un corta-pega elaborado por algún analfabeto funcional. Una vez consultado un periódico serio, descubrí con gran alivio que no, que el Ministerio de Educación finlandés no ha prohibido el estudio de la ortografía; lo único que ha hecho es eliminar la caligrafía, es decir, los odiosos palotes de los cuadernillos Rubio y similares. Los escolares finlandeses ya no aprenderán a utilizar la letra redondilla (o lletra lligada), sino únicamente la de imprenta (o lletra de pal), lo cual -aunque tiene su lógica- me provoca algunas perplejidades de tipo didáctico y cierta envidia malsana. A cambio, se les enseñará mecanografía, es decir, a disponer adecuadamente los dedos sobre el teclado de un ordenador y a escribir sin necesidad de mirarlo, cosa que sería muy necesaria para todos en los tiempos que corren: estoy harta de ver licenciados universitarios que utilizan los índices hasta para espaciar y tardan una eternidad en picar un texto. ¿De dónde había surgido entonces la noticia de que en Finlandia han «prohibido la ortografía»? Pues del escaso interés que tienen mis alumnos en aprender a puntuar como es debido (¡ahí os pillé, queridos!). Os aseguro que a veces me siento como si fuera miembro de una secta…

Segundo ejemplo. Otro cenutrio me aseguraba esta semana que « 'El País' dice que el Quijote es un plagio». ¿Qué? «Pero, ¿seguro que eso lo has leído en 'El País' y no en menéalo.com?», le contesté yo, presa del sobresalto. Por supuesto, en cuanto tuve un momento, me lancé sobre el primer ejemplar que cayó en mis manos para comprobar la veracidad de semejante barrabasada. Al parecer, y según el artículo en cuestión, un investigador ha descubierto recientemente que un procurador de El Toboso solía vestirse «con armaduras, (…) para atacar y espantar a los lugareños». El artículo en cuestión, firmado por Winston Manrique Sabogal, es francamente divertido, pero aun con todas sus chanzas a costa del pobre Cervantes dista mucho de acusarlo de plagiario (cosa que, por otra parte, resultaría ridícula y anacrónica, pues el concepto de autoría intelectual data del Romanticismo). Como veis, ¡no gano para sustos!

Estamos en la era del corta-pega, en el reinado de la lectura entre líneas. Nadie tiene suficiente paciencia para sentarse a leer a fondo durante un buen rato. Los niños ya no aguantan un cuento entero y parecen incapaces de concentrarse en una única tarea, los adolescentes se pasan la vida pendientes de alguna pantallita y son incapaces de memorizar, los adultos… ¿Qué decir de los adultos? Las prisas, la falta de interés o la conveniencia los dominan hasta tal punto que no se enteran ni de lo leen. Una lástima, ¿no? ¡Menos palotes y más sosiego!

http://anagomila.blogspot.com.es

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