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Sa gleva

Carta a una señora

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Aprovechando mi relación epistolar con usted, señora, permítame principiar diciéndola que usted no tiene ninguna culpa de no quererme como no la tengo yo de quererla tanto. En mis flaquezas a veces se me olvida que solo yo la quiero y lo que es peor, se me olvida que tengo hecho propósito de olvidarla, a mí precisamente, que nada se me olvida.

Usted señora es como la vida en aquellos que la aman demasiado, por eso no caen en la cuenta que cuanto más se abraza uno a la vida más temor se tiene de perderla. Y a propósito de abrazo: siempre pensé cuán maravillosa es la vida de aquel que cae en los brazos de la mujer que ama sin caer de paso en sus manos.

El amor es un regalo que le importa solo a dos. Para mi caso ni siquiera es así porque mi amor por usted, usted sabe, que me importa sólo a mí.

Mi querida y respetada señora, nuevamente he vuelto a viajar a lo más telúrico de África para visitar al viejo hechicero tribal en busca de un brebaje, una pócima, un conjuro, un hechizo, un algo, que la borre a usted de mi memoria. El viejo samburu se ríe mostrándome una boca desdentada, custodiada por un único diente y entonces todo sucede al revés, la veo a usted donde lo que tendría que ver es el Kilimanjaro. Como cuando se me ocurrió ir navegando sorteando los abrollos del mar de Tabarca con mi amigo el pirata, yo queriendo olvidar a una mujer y él buscándola. Que por cierto, la encontró el año pasado, bellísima, como esos amaneceres menorquines cuyos primeros rayos de sol acarician el sensual cuerpo de Mô, la sirenita del puerto mahonés.

Si yo fuera un hombre enamorado y correspondido, quizá me habría ya sobrevenido el pernicioso bromuro de la cotidianidad, mas al no ser correspondido, atisbo que mi mal no tiene remedio y usted sabe que prefiero deseo sin amor que amor sin deseo. El amor es un misterio, quizá por eso es tan bello, aunque para mí, más que bello, es extraño.

Su belleza, señora, lleva consigo promesas por cumplir o a lo mejor sin que estas sean las horas de que yo me haya percatado, usted es la tela de araña que yo he fabricado para caer en mi propia trampa. A usted ni siquiera le ha hecho falta tejer la red.

Siempre supe señora que amarla a usted era como pretender abrazar el arco iris porque lo mío con usted es como un enigma envuelto dentro de un misterio. Al final concluyo que mi mayor locura ha sido no haber hecho alguna locura. Usted siempre ha contado con que mi respeto por usted es aún mayor que lo que siento, o quién sabe, quizá lo que pasa es que sólo estoy hablando de un sueño.

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