Como es sabido, durante el siglo dieciocho Menorca fue tres veces propiedad de Gran Bretaña y una de Francia. Durante la primera dominación inglesa se construyó el camino principal que atravesaba la Isla de cabo a rabo, desde Maó a Ciutadella, es decir de oriente a occidente. Antes de ese camino Menorca estaba cuadriculada mediante parcelas cercadas con muros de piedras amontonadas, lo que llaman paret seca, por estar hechos sin argamasa, y para ir de un extremo a otro de la Isla había que atravesar las propiedades de muchos señores de antigua nobleza. Fue el admirado gobernador Kane, el primer gobernador de Menorca, quien mandó construir la vía, y lo que queda del viejo camino todavía lleva su nombre, Camí d'en Kane. Era un camino que permitía el paso de una carreta, pero hasta entonces no habían tenido los menorquines carro alguno, sino que viajaban en borricos, provistos de alforjas, o simplemente a pie con un zurrón o un hatillo a las espaldas.
A la altura del kilómetro 6 del Camí d'en Kane se encuentra todavía hoy una gran roca que según dicen era lugar de descanso de los viajeros de a pie. Existe una leyenda que ilustra el problema de los viejos, ahora llamados «personas de la tercera edad». En tiempos pasados los viejos desvalidos se hacinaban en asilos para ancianos, algunos insalubres e inhóspitos, como antesala de la muerte. En Menorca se les llamaba «hospitales», seguramente porque el problema de la sanidad era muy agudo. Uno de los reproches más frecuentes que hacían las madres a sus hijos, cuando las desobedecían o menospreciaban sus cuidados, era decirles que solo las querían por cuanto las necesitaban, y que cuando fueran viejas y ya no pudieran valerse las dejarían olvidadas en el «hospital». La leyenda sitúa en el Camí d'en Kane a un hijo cargando a sus espaldas a su padre para llevarlo al «hospital», echando los bofes y parando a descansar en la Roca de la Paciencia. «Dios te de paciencia, hijo mío -dijo entonces el anciano-, también yo me detuve a descansar aquí cuando era joven y llevaba a mi padre al hospital». Esta reflexión hizo caer al hijo en la cuenta de que él también podría verse en aquel trance, cuando fuera viejo, y se dijo para sus adentros que no quería que su hijo le dejara olvidado en el asilo, como un mueble que ya no sirve y se pudre en el desván, así que volvió a cargar con su padre, dio media vuelta y regresó a su casa. Desde entonces la roca pasó a llamarse Roca de la Paciencia.