Decía Cioran, un escéptico y cáustico filósofo rumano, que alguien que se preciara debería acercarse al final de su vida habiendo abjurado de todas sus creencias, firme, implacablemente, sin contemplaciones. Me he acordado de él cuando en las últimas semanas me he visto con mi santa esposa, depositados en sendas tumbonas de playas convencionales, con chiringuito a corta distancia, después de haber despotricado toda la vida de lugares atestados de turistas con pestazo a crema protectora (también en esto ha tenido uno que claudicar por imperativo de la calva, propensa a erupciones de mala catadura y peor pronóstico), rodeados de sombrillas y tumbonas ( ¡ay, la emoción de encontrar una libre mientras acaricias voluptuosamente el lomo del libro!), y sin mirar a los lados, como los caballos.
«Para nadar, nadar, en S'Olla de Binisafuller, lo demás son mariconadas» me he escuchado decir en múltiples ocasiones. Pero claro, pasan los años y aquello de ir pisando pinchos rocosos y sorteando badajos monumentales (ahí le duele al converso) para que ellas comparen, se convierte en deporte de riesgo. Así que uno toma la decisión de confundirse en la masa guiri y sale de buena mañana dominguera rumbo a un emporio turístico a la caza de la tumbona solitaria (es un decir), donde asentar sus reales, sacar la batería de lociones protectoras, el periódico del domingo, las gafas negras para ocultar miradas torvas, y siempre cerca del chiringuito donde preparar la siesta con una typical paella y una buena dosis de rosado fresquito.
Claro que este verano tenía una misión secreta que ni siquiera conté a mi compañera de tumbona y de vida: además de mirar lo que hay que mirar quería constatar subrepticiamente la ristra de lectores playeros de las desdichadas andanzas de Paco Lázaro. Era una ilusión, qué quieren que les diga, hay que ponerse metas en esta vida, como las que nos presenta change.org, plataforma digital dedicada a las buenas acciones y a la que no he podido negarme a respaldárselas con un click. De las últimas peticiones que recuerdo haber firmado bajo el árbol hay una contra el maltrato a los caballos en las carrozas turísticas de Palma, otra para que se facilitara el acceso a los trenes de cercanías de un discapacitado que los necesitaba para ir a la universidad, otra para que de alguna manera pudieran aprovecharse los comestibles desechados por las grandes superficies y que son toneladas, y alguna más anti homófoba. Todas ellas indiscutibles causas justas.
Bueno, pues me he sentido partícipe de los logros de change.org pero he fracasado clamorosamente en mi búsqueda de lectores playeros de mi novela, ni uno, qué decepción. Sólo camareros y gerentes de restaurantes, hartos de verme en lamentable estado melancólico, se han apiadado y me han solicitado que les firme algún ejemplar. Algo es algo, uno apacigua a su ego y vuelve a casa un tanto reconfortado por la solidaridad recién descubierta, aunque al final, nuevo palo cuando se acerca una paisana diciendo lo bien que se lo ha pasado y empiezo a poner cara de escritor de éxito cuando en realidad se dirige a mi mujer, protagonista de una serie emitida en internet sobre amores y desamores gays. Así que se va al garete mi objetivo de convertirme en un icono literario, para dar paso a mi mujer como icono gay... Sic transit gloria mundi.