Me encanta que las personas que deseamos un cambio en esta sociedad de black fridays seamos tan críticas. Sobre todo las que (como yo) apenas nos involucramos activamente en el cambio; «cambio», por cierto, que no falta en casi ninguno de los carteles de esta campaña electoral y navideña. Me encanta, de verdad, el sentido crítico desde nuestras pantallas (cada vez más al estilo tele-de-plasma del ausente, y por tanto prescindible, Mariano Rajoy). Somos críticas sobre todo con las opciones que más se acercan a nuestras ideas/esperanzas; me encanta que seamos tan combativas (y fáciles de dividir), y lo digo en serio, pero siento que no es hora de lupas de aumento y sí de pensar en la opción más sensata para cada cual. Sí, hay que criticar también los errores, decisiones apresuradas o no tan horizontales como se ha de tender para, mañana mismo, limar ciertos protocolos: en las nuevas maneras de hacer política, como las que proponen Podemos, Equo y otras formaciones, existen por suerte mecanismos para abrir el debate y la participación: de todos depende.
Creo que lo importante ahora es la senda: es un momento de grandes decisiones y de grandes abismos y, por suerte (y por obligación moral), mucha gente pequeña (en sitios pequeños, haciendo cosas pequeñas, como intuía Eduardo Galeano) ya se ha volcado para que otra vía sea posible.
Quedarse en los detalles sería como querer cambiar de casa (porque está llena de fantasmas o llueve por dentro) y encontrar al fin una ideal, que se adapta a las necesidades de toda una familia dispar, y descartarla por sus lámparas (o el color de las paredes o un grifo que gotea) y decidir quedarte en la antigua (y deteriorada) por miedo, por falsa precaución o por la pereza que da siempre trasladar muebles, adaptarse a otros pasillos y tener que deshacerse de lo que ya no te va a hacer falta.
Se está demostrando, poco a poco (a paso Manuela Carmena), en ayuntamientos y comunidades más que hartas (José Luis Sampedro y Stéphane Hessel, entre otros, estarían muy orgullosos) que sí se puede gobernar de manera diferente (y más igualitaria); que sí se pueden recortar los salarios desproporcionados de cargos públicos y que se puede optar por la justicia social y la vivienda digna en los presupuestos; por la cultura, por el medio ambiente como supervivencia de una especie enferma y por algo parecido a la democracia tan ausente (tanto como Rajoy) en los últimos años. Se puede optar por dar ejemplo (sobre todo). Y queda mucho recorrido y hay errores (y personas equivocadas, entre tantas adecuadas), pero hay que seguir sacando a la intemperie a esos partidos partidarios de lo suyo (con PP, PSOE, CIU, etcétera, a la cabeza, e incorporaciones estrella como la secuela llamada Ciudadanos) que han optado (y optarán) por el recorte de derechos fundamentales (educativos, laborales, legales, morales, sanitarios) para adorar a los lobbies (a los lobos) y para enriquecerse muchas veces a título personal con pactos multinacionales, puertas giratorias y una corrupción cancerígena, y siguen optando por rutas como la espeluznante que marca el TTIP (nuestra obligación moral es buscar información sobre este tratado clandestino).
A la campaña navideña/electoral se suma también la amenaza de las bombas, el ojo por ojo occidental y la violencia extremista (siempre lo es) de horrores como el ISIS: es decir, los votos, este 20 de diciembre, van a hablar de más cosas, porque algunos partidos ya parecen redoblar tambores de guerra/negocio y no, no es la respuesta. La violencia, ya se sabe, se ceba con los indefensos, hombres, mujeres y niños, y eso es algo que en tantos siglos parece que no hemos aprendido los de a pie: se nos olvida el hambre en cuanto un grupo de poderosos interesados decide airear venenos patrióticos y/o religiosos que suenan hoy tan trasnochados que confío en que no calarán: no en nuestro nombre. No nos engañemos, la guerra hoy ya existe y es económica (y es de valores) y se puede y debe combatir desde ahí: si algunos quieren fuego es por otros puñados de dólares y por la mera propaganda de película de acción (y de terror) que paraliza a las masas.
Así que no, no creo que sea tanto la hora de los detalles (lámparas y/o encuestas manipuladas) como de elegir con libertad y perspectiva un camino de paz lo más cercano a la transparencia democrática que este país haya podido soñar hasta ahora. La otra opción es votar lo de siempre (con miedo) o no votar (como muchos emigrantes españoles que han visto cercenado su derecho al voto) y volver así a lo mismo (a gobiernos que castigan a la mayoría por decreto-ley) para limitarnos a gruñir luego en el bar (o en el exilio) con la boca medio cerrada. Cambiemos primero nosotros, pues.