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¿Qué será lo próximo?

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Esto es un sinvivir. Aquí ya son raros los días en que no aparece un nuevo escándalo. Algunos días aparecen varios, como acaba de pasar con los papeles de Panamá, donde afloran como piojos docenas de bienaventurados de la vida a tutiplén, deportistas, políticos, miembros de casas reales, primeros ministros, gente de la burguesía adinerada y no muy sobrados de escrúpulos, aunque siempre se presentan como buenos patriotas y por detrás, clandestinos, tienen quienes les acomodan sus millones en paraísos fiscales o vaya usted a saber en qué nueva ingeniería del euro para no pagar nada a la hacienda pública o pagar el mínimo. Todo eso de que hacen falta hospitales, carreteras, asegurar que los pensionistas cobrarán la pensión a final de mes… a esta gente de la 'vida muelle' les trae al fresco. Lo único que de verdad les importa es que sus millones estén a buen recaudo y lo más lejos posible de esa ansiedad recaudatoria de 'los chicos de Montoro'. No todos, tengo prisa en decirlo, pero muchos de esos millones proceden del mundo oscuro de las gentes sin alma que se forran aun sabiendo que con lo que ellos se forran otros destrozan sus vidas.

Sigmundur David Gunnlaugsson, primer ministro de Islandia, acaba de presentar su dimisión porque le han pillado con 'el carrito de los helados'. Este pobre hombre, junto a su pobre mujer, tenían ambos dos una empresa opaca en un paraíso fiscal, que además, para que ustedes vean la catadura moral de qué mangantes estamos hablando, esa empresa era la acreedora de la deuda de los bancos de Islandia que quebraron en el 2008. Cuando los paisanos del primer ministro se han enterado, se han puesto como panteras y qué menos cuando el escándalo además posiblemente obligará al jefe del Estado a disolver el Parlamento y a convocar elecciones. Aquí en España no pasará nada porque para determinados 'rotos' siempre se encuentra algún 'descosido' que alivie la escabrosa trocha por la que algunos sin atisbo de vergüenza transitan.

Al día de hoy no hay quien realmente sepa cuántos millones de euros, incluidos lingotes de oro, podría haber ocultos tras esa opacidad impenetrable de los paraísos fiscales y las extrañas empresas opacas. Sobre tal lodazal, a veces de caudales muy turbios, opinaban en televisión expertos en esa ingeniería de escamotear a la hacienda pública y daban cifras verdaderamente mareantes, escandalosamente obscenas. Aquí también la igualdad, el rigor entre el gran defraudador y el pobre asalariado con una mísera nómina, se me antoja llamativo. Por no poner un ejemplo cualquiera pondré un ejemplo que me afectó a mí directamente: hace unos años atrás, por ignorancia, creí que no era menester poner en la declaración de hacienda una libreta de Correos en la que tenía un depósito de 200 pesetas. Hacienda me mandó una carta donde me decía que me pasara a la mayor brevedad por la oficina de Hacienda que tuviera más cercana a mi domicilio ya que en mi declaración había «omitido datos».

Allí, ante una señora que me miraba como si yo fuera un defraudador al que Hacienda había pillado para ajustarle las cuentas, tuve que confesar 'mi gran pecado'. La cartilla de Correos con 40 duros la uso cuando viajo por esos núcleos tan mermados de habitantes donde no hay ninguna oficina bancaria pero no suele faltar una oficina de Correos lo que me permite no tener que llevar mucho dinero encima. Desde aquella situación no he dejado de pensar con esta gente de los paraísos fiscales.

Supongo yo que cuando los trincan, si es que alguna vez han trincado a alguno, deberán de llevarlo cargado de cadenas y custodiado por una docena de agentes de la seguridad del Estado, porque a mí por 40 duros ya ven ustedes la que me montaron.

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