Para la mayoría de españoles, cuando oyen hablar de las protestas de mayo, piensan inmediatamente en el 11 de mayo de 2011. Para mí, y espero que algunos más, el recuerdo va al Mayo de 1968. Creo que para mi generación aquel mayo de París fue una apertura a la esperanza y un estímulo para la lucha por la democracia y el cambio social.
Los franceses tenían al general de Gaulle como presidente, nosotros teníamos a otro general de jefe de estado. En aquellos días ya se vislumbraba que un régimen que se tenía por eterno no sería tal. El movimiento de Mayo del 68 caló en el entorno universitario y las protestas de estudiantes y profesores se extendieron por el país. En aquel tiempo no había la ley mordaza, pero sí había la ley de la porra, y algunos guardamos algún recuerdo de la aplicación de aquella ley.
Muchos temas se mezclaron en aquella lucha, no solo el deseo de democracia. Estaba la lucha contra la guerra del Vietnam, el deseo de un amor libre, la necesidad de un cambio social profundo y otros mil cambios en la sociedad. Era una revolución social y cultural, nombres como Marcuse y Sartre lideraban el movimiento intelectual.
Fueron momentos de gran esperanza, de gran alegría y de un entusiasmo colectivo que es difícil de conseguir. Eramos jóvenes y lo suficientemente inocentes para creer que podíamos cambiar el mundo. Pocas generaciones consiguen estas experiencias colectivas motivadas por un deseo de cambio político.
Pero sí hemos vuelto a vivir, hace cinco años, una experiencia parecida, aunque diferente. En esta última, la indignación era la palabra clave y el fin era conseguir una democracia real. En el 68 aspirábamos a una democracia sin calificativos. En aquel momento estábamos en una dictadura y aspirábamos a salir de ella. En 2011, habíamos pasado ya a una democracia nominal pero sabíamos que nos habían dado gato por liebre.
Han pasado ya cinco años del 11-M, cinco años que si por algo se han caracterizado a nivel nacional es por una cierta regresión democrática en las leyes aprobadas desde entonces. Por otra parte ha habido la emergencia de nuevas formaciones políticas que han roto la estabilidad del bipartidismo, pero que aún no han tenido tiempo u oportunidad de cambiar nada estructural en el país. A nivel de ciudades y autonomías ha habido algunos cambios esperanzadores, como en los ayuntamientos de Madrid y Barcelona y en el gobierno autonómico de Valencia, pero aún se tiene que ganar experiencia en estos experimentos de gobierno.
La celebración del quinto aniversario del 11-M no se ha caracterizado por el entusiasmo que se veía en 2011. Parece que estos fenómenos colectivos de indignación/entusiasmo solo se generan por un tiempo corto y luego se van desintegrando lentamente aunque los motivos sigan tan vigentes como cuando se produjeron. ¿Serán los nuevos partidos los conductores de esa indignación/entusiasmo?
Aunque los nuevos partidos quieren capitalizar en ello, ya nos van ofreciendo formas descafeinadas de las ansias democráticas que indujeron los movimientos. Ya la cuestión de primarias para elegir la dirección de los partidos parece que va desapareciendo de las agendas.
Los partidos tradicionales no parece que hayan escuchado realmente lo que se expresó hace cinco años. Ciertamente a Rajoy no se le pasa por la cabeza una democratización interna del partido ni cambios en la jerarquía. En el PSOE se puso al chico guapo y hablan de primarias, pero parece que tienen la mala suerte de que solo se pueda presentar un candidato.
Lo peor es el gran número de casos de corrupción que cada día afloran. Al menos ahora empiezan aparecer a la luz pública, pero el alto número de casos y los nombres involucrados son un síntoma de un problema endémico en el sistema que requiere ir más allá de las medidas judiciales.
Lo que ansiábamos en el Mayo del 68 y lo que indignaba en el Mayo del 11 sigue presente. ¿Cuántos Mayos más necesitaremos para conseguir los cambios necesarios?