Uf, qué mal me sienta el mes de agosto. No sé si es el exceso de calor, las hordas de turistas, las caravanas en la carretera general o que me hago viejo pero lo cierto es que el día a día parece una especie de videojuego en el que tienes que ir salvando pruebas para avanzar de nivel y pantalla. Hacer la compra, ir a la playa, cenar en tu restaurante preferido… De golpe tu rutina se vuelve una especie de misión imposible y tú eres una especie de agente secreto. Un Mortadelo con bermudas.
A mis amigos y conocidos les recomiendo que no vengan a la Isla en agosto porque lo que se encontrarán es una versión prostituida de lo que disfrutamos el resto del año. Algunos me hacen caso y otros lo sufren. Ir a Son Bou, por ejemplo, y tener que encajar tu coche y tu toalla en mitad de una multitud resulta molesto pero nos es inevitable, es el precio a pagar por vivir en el paraíso.
El menorquín normal no está acostumbrado a tener que reservar en su restaurante preferido y mucho menos a tener que hacer cola para sentarse en esa mesa que lleva todo el año ocupando. Tampoco lo tenemos claro cuando nos encontramos diez veces más coches de los que nos encontramos en cualquier otro momento en la general. Eso nos estresa, la verdad, a nosotros que vivimos sin prisas pero tampoco sin pausas. Xino-Xano style.
Pero donde más se nota que agosto está aquí es en el supermercado. Yo no entiendo a aquellos que se quejan de la oferta complementaria. Si uno invierte un rato en pararse en algún súper a mirar a su alrededor se dará cuenta de que hay un montón de historias. Desde discusiones existenciales sobre si la pomada y el gin con limonada es lo mismo, al origen de nuestros monumentos talayóticos, pasando por aquel que pronuncia mal y raro los nombres de las playas o el Fernando Alonso con el carro. Si dieran un carnet de puntos para ir por el súper los carritos estarían muertos de asco.
El agosto me agobia, sé que suena feo, pero no soy el único. Y lo mejor es tomárselo con humor porque los mismos que nos quejamos ahora somos los que luego hacemos de turistas en otros lugares del mundo. Con los mismos tics que tanto nos molestan.