Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar.
Con Él estaban sus discípulos y se puso a hablarles en parábolas, diciendo: «He aquí que un fariseo estaba solo en su casa cuando agua de la lluvia inundó una de las habitaciones. Como no estaban ni su mujer ni sus sirvientes tuvo que pasarse un buen rato recogiendo el agua. El fariseo estaba enojado por la situación y así se sentía cuando salió para ir al templo. Por el camino se encontró un mendigo al que conocía, el fariseo le dio una limosna y le preguntó al mendigo: ¿cómo te van las cosas? De pronto la cara al mendigo se le iluminó y sonriendo le contestó: muy bien, hace días que ya no duermo en la calle! Al oír esto, el espíritu se le hundió al fariseo porque no había sabido apreciar lo que él tenía y por enojarse por algo sin importancia. El que tenga oídos, que oiga».
Esta parábola no la encontrareis aún en el Nuevo Testamento y tampoco en ninguno de los evangelios apócrifos, aunque creo bien pudiera ser que la hubiese contado Jesús. Creo que encajaría bien en el espíritu de sus enseñanzas. Pero esta parábola está basada en un hecho real, en el que el fariseo soy yo.
Sucedió en Madrid hace un par de semanas. El agua que entró en mi piso no era de lluvia sino de las tuberías de la calefacción, pero por todo lo demás la historia es como la conté antes. El mendigo es un señor que está en la calle pidiendo desde hace un par de años. Si se le ve andando por la calle es una persona totalmente normal de un poco más de 60 años. Va vestido como el ciudadano medio y no va ni sucio ni desaliñado. Desde mi punto de vista y sin haberle preguntado nada, da la impresión de alguien que se iba defendiendo en la vida y que de pronto lo perdió todo.
Su historia en sí no tiene importancia para lo que os contaba, para mí lo más importante fue su expresión de alegría y satisfacción, a la vez que una cierta inocencia, cuando me dijo que ya no dormía en la calle, no se quejó en absoluto de su suerte. Había encontrado una habitación cerca de donde acostumbra a pedir limosna. No sé en qué condiciones pero evidentemente tiene que seguir pidiendo para tirar adelante.
Yo sentí una profunda vergüenza, en primer lugar por mi actitud personal de enojarme por pequeños contratiempos sin importancia y por no saber apreciar todo lo que tengo en esta vida. Es tan normal el tener vivienda y comer cada día que no sabemos apreciar el valor que tiene. Me acuerdo de mi niñez, cuando hacía poco se había acabado la guerra civil y había tanta gente que carecía de lo más básico. En aquel momento creo que nos dábamos mejor cuenta del valor de las cosas que teníamos.
Pero hay una segunda razón que me hizo sentir mal. ¿Cómo en nuestra sociedad pueden existir tantas personas que no tienen un lugar donde dormir? Nuestra sociedad se presenta con unos valores humanos que no deberían permitir estas situaciones. En estos últimos años y desde la llamada crisis el número de personas sin hogar ha aumentado considerablemente. Las deudas de bancos y de los derroches públicos se han pagado en parte con las vidas de estas personas abandonadas por todos.
Encima y como hemos visto estas últimas semanas, cuando peor andaban las cosas para los ciudadanos más pobres, se seguían robando millones de fondos públicos. Estos escándalos de corrupción han dejado huecos de decenas de millones cada año. En Madrid, para cubrir agujeros de los presupuestos, la alcaldesa Ana Botella vendió a fondos buitres una serie de viviendas sociales con el resultados que quienes vivían en ellas perdieron su hogar por no poder pagar la subida de alquileres. Este hecho en sí ya es escandaloso, pero aún lo es más si parte del agujero que tapaba la alcaldesa era debido a personas como el señor Ignacio González. Curiosamente una de las primeras preguntas que hizo este señor al entrar en la cárcel fue cuándo se decían las misas.
¿Qué parábola le contaría Jesús al señor González?