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Les coses senzilles

Año de bienes

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Llegó el nuevo año y según los periódicos las espadas siguen en alto, pendientes de un hilo, como la espada de Damocles, personaje que según una leyenda de Sicilia se abandonó a un opíparo banquete sin darse cuenta de que sobre su cabeza colgaba de un pelo una espada afiladísima. En efecto, Donald Trump le dice a Kim Jong-un: «Mi botón nuclear es mucho más grande y poderoso que el tuyo», con lo que ambos amenazan de muerte nuestras gozosas vidas, satisfechos, casi eufóricos como estamos por la celebración de las fiestas de Navidad y Año Nuevo. En España, o en el solar ibérico, las elecciones de Catalunya han vuelto a dejar el tablero de la política más o menos en la misma situación que estaba antes de aplicar un artículo famoso que termina en dos cincos y que nos recuerda los versos de Machado en su «Poema de un día», nada menos que de 1913: "Ni gobierno que perdure, ni mal que cien años dure" Y entretanto llegaron al fin las nieves y cubrieron llanuras y cordilleras, y ya saben lo que dicen: «Año de nieves, año de bienes». Esperemos, pues, lo mejor, que tiempo habrá de desengañarse.

Lo cierto es que en Barcelona se nota más la crisis política en los telediarios que en la calle. Será porque nadie tiene ganas de echar la vista atrás y volver a vivir momentos convulsos, aunque está muy claro que ningún partido renuncia a sus ideales. Todos saben que les queda «Un largo camino», título de la telenovela de Bernardo Romero Pereiro, o quizá que les corresponde «Un largo adiós», título de la película de Eliott Gould. Es decir, largo me lo fiais, expresión que usamos cuando el plazo impuesto para algo es tan prolongado que posiblemente no se vaya a cumplir con la obligación contraída. Tal vez por eso nos encandilamos todos con el parpadeo de las luces de Navidad, con los murales de colores proyectados en las fachadas, con las ferias de pastorcillos que todavía marchan hacia Belén, y cogemos el coche, cargamos el equipaje y las cadenas y subimos a la montaña, donde nieva de forma pertinaz. Una capa de cuatro dedos de nieve cubre las carreteras antes de que pasen las máquinas quitanieves, los campos centellean bajo el sol, extensas llanuras blanqueadas por la nieve impoluta, donde ni siquiera se han grabado las pezuñas de un animal, inmaculadas como el alma de los inocentes, idílicas navidades blancas. Pero, ¡cuidado!, que cuando la nieve cuaja se transforma en hielo resbaladizo y podríamos rompernos la crisma en nuestro afán de olvido y de ilusión.

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