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Contigo mismo

Jubilarse (¿hay alguien ahí fuera?)

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Te quedan tres días de vida. Activa. O sea: tu jubilación está ya fechada: doce de enero. Dicen que, a la postre, la vida se reduce siempre a cifras. Y te preguntas si lo que ahora toca es casarte con una arqueóloga, porque –y parafraseando a Agatha Christie-, cuánto más viejo te vuelvas, más seductor te encontrará. Ante esa tesitura (la de tu retiro) no ha faltado quien se ha prestado a auxiliarte, obsequiándote con un libro de título expresivo «¡Socorro! Me jubilo» del que valoras, de manera muy especial, su dedicatoria. Otros han optado por el humor. De hecho, A te regaló un bastón de vieja usanza, una boina y la recomendación encarecida de que, a partir del trece, tu segundo hogar sea la Explanada y tu insoslayable quehacer el de dar de comer a las palomas... B, C, y D te hicieron llegar, por su parte, postales en las que, respectivamente, podían leerse las siguientes frases: «Is there anybody out there?» (Pink Floyd); «la vejez no es tan mala cuando se considera la alternativa» (Maurice Chevalier) y «la jubilación es maravillosa. Se trata de no pegar golpe sin preocuparte de que te cojan» (Gene Perret)...

Sin embargo, el momento también es apto para la reflexión... Y se te viene a la cabeza, curiosamente, un símil bélico, nada apropiado, por cierto, para tu profesión: la de docente... Porque, como tal, te has sentido parte de un ejército formado por locos que cuando pierden una batalla ante el sinsentido omnipresente se empecinan, no obstante, en seguir... Sus enemigos –los de hoy y mañana- son poderosos, pero rara vez virtuosos. Y la cima que pretenden alcanzar no es otra que la de formar buenos ciudadanos, cultos, tolerantes, honestos y honrados... Ese es su trabajo... Tomas prestados versos de Salinas: «(...) Nada más/ (...) Nada menos./ Y que te baste con eso»...

2 ¿Sus armas? La respuesta te parece de una vívida evidencia: las palabras. Esas que, a diferencia de las otras –y en expresión de Miguel Hernández- no son tristes, sino luminosas…

Esos soldados caen. Pero se izan con un pedazo de tiza o con una pizarra digital (si la suerte les es propicia) para mostrar el horror de un mundo terriblemente desigual ante un ojos aún vírgenes y unas manos con futuro que deben cambiar vuestras miserias... Su trabajo no es herir, sino sanar mediante versos, lienzos, ecuaciones o experimentos de toda índole... No es mal trabajo ese, no... Y, efectivamente, son/serán adoctrinadores al evidenciar que únicamente la cultura y la propia educación podrán redimiros... Por eso se acercan a sus alumnos, porque esos soldados, como Hernández y Sijé, tienen que hablar con ellos de muchas cosas...

El sueldo, ligero. Con frecuencia les llenan de fango con la calumnia. Ningún gobierno les apoya suficientemente, no sea cosa que eso de enseñar a pensar, sentir y amar tenga éxito y los pueblos sean, ya, menos dúctiles y manipulables...

Y los presupuestos siguen siendo, pues eso: los presupuestos... Pero mientras un maestro enseñe a un niño a escribir una palabra o a hacer una suma, aunque sea con un palo sobre la arena del Tercer, Cuarto o Quinto Mundo desasistidos o en cualquier otro recodo del orbe, la humanidad tendrá esperanza, sentido y dignidad...

Pasas ahora a la retaguardia, sabiendo que, aunque ha sido muy poco, has hecho lo que has podido. Y compruebas como esa guerra es la única de la que uno se aparta con tristeza...

Cierto día –han sido meses recientes de cierta desazón- te cuestionaste tu vida. En el amor has sido machadiano. No has tenido hijos. Has escrito una novela que, probablemente, jamás verá la luz y has sembrado un árbol que, milagrosamente, todavía sigue vivo... Pero, por otra parte, has tenido infinidad de hijos putativos (puede que los mismos que ahora crean que utilizas palabras malsonantes) y una familia muy extensa, la de unos compañeros y compañeras que invariablemente te han regalado un afecto sin mesura...

«Is there anybody out there» (»¿Hay alguien ahí fuera?») –escribió Pink Floyd-. Y sabes que están ellos... Que estarán... Siempre...

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