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Les coses senzilles

De niña a mujer

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He soñado que el tiempo se había detenido en Navidad. He visto a una abuelita pequeñita que no era ni mi abuela materna, la mujer más dulce del mundo, ni la paterna, la mujer con más carácter del mundo, que por otro lado no tenía nada de pequeña. Pero la abuelita pequeñita me hablaba de las ensaimadas con confites que solían hacerse por Reyes, y del cuscussó y el pavo relleno de ciruelas y piñones, y esto me resultaba muy familiar. Hablaba por los descosidos, y además en portugués, y yo me desvivía por entenderla con el traductor simultáneo.

Tía María, que también solía ser una mujer bajita, había crecido tres palmos, y resultaba gigantesca, como cuando Alicia creció en el país de las maravillas. Se había puesto un perfume tan dulce que nos tenía a todos mareados. Tío Mario, en cambio, había perdido mucha altura, pero aseguraba que conservaba toda su envergadura, mientras descorchaba amorosamente una botella de cava, y era tan simpático que se parecía a mi consuegro del Ampurdán. Merche había dejado de ser la mujer más bestia del mundo y había vuelto a una infancia tan feliz que se parecía a mi nieta, encaramada sobre una silla y repitiendo una y otra vez el 'verso' con una dicción tan cantarina que auguraba una actriz famosa. Joan ya no era mi yerno, sino mi nieto de cuatro años, y disparaba contra todo quisque con una pistola y a cada disparo salía una flor del cañón. Mi mujer y mi hija se confundían como dos gotas de agua, y para colmo se llamaban igual, Rosa, y preparaban ambas la misma cena de Nochebuena, una opípara cena por duplicado.

Entonces me di cuenta de que todo era un sueño, porque llegaron mi madre y mi hermana, que murieron mucho antes de estas navidades, y ambas estaban tan hermosas como en sus mejores tiempos, de modo que pensé que habían muerto satisfechas conmigo precisamente por eso, porque las soñaba jóvenes, guapas, elegantes y felices. Vi también a tía Rita, que en realidad era tía de mi cuñado, y como no tenía dientes resultaba asombroso que comiera turrón duro con tanta facilidad. Mi consuegro sirvió un whisky de cuyo nombre ni siquiera consigo acordarme y dijo que era el rien ne va plus, pero mi yerno, que volvía a ser Joan, dijo que sí, sí, pero que no, no; es decir, que tampoco había para tanto. Entonces mi nieto le bajó las bragas a Merche, lo cual tuvo un efecto inesperado, porque se volvió de niña a mujer y yo me desperté pensando que ya habían pasado las fiestas y que tenía que escribir un artículo.

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