Según parece ayer terminó la Semana Santa; he tenido que recurrir al calendario para saberlo, y sin embargo cuando daba clases en un «bendito» instituto de enseñanza media sabía muy bien cuándo llegaba Pascua, por la sencilla razón de que se acercaban las vacaciones. No voy a entrar en eso de que la Semana Santa se ha convertido, más que en una semana de devoción religiosa, en una semana de vacaciones. Por cierto que, para echar un cabo a la actualidad más rabiosa, la semana de pasión podría entenderse hoy con acento catalán, con un viacrucis por los diferentes países con exiliados políticos y las diferentes cárceles con políticos catalanes encerrados «por si las moscas», es decir en «prisión preventiva». Punto. Tampoco pienso regodearme con la política. No es mi estilo. Ni lo es apostarme en una esquina, entre la multitud silenciosa, para ver pasar las procesiones de Semana Santa, esperando ver si un capirote con ojales terroríficos a la altura de los ojos me da un caramelo. Por cierto, ¿por qué dan caramelos los capirotes de Semana Santa? ¿Será para endulzar el ambiente de castigo que se respira en el prendimiento, la crucifixión y toda la pesca? Qué absurdos somos los humanos, tenemos un Dios en la cruz, elevamos a la categoría de mitos a los grandes frustrados como Martin Luther King y… (Ya he dicho que no iba a hablar más de política)
Y sin embargo, San Pablo, que dicen que fue quien montó todo el aparato de la Iglesia –con mayúscula— dijo en su Primera Epístola a los Corintios: «¿Dónde está, muerte, tu victoria?» Y afirma que «el poder del pecado es la ley» (y yo sin querer hablar de política) Pasión, semana de pasión, pero tampoco quiero hablar de pasión; bien mirado ya ni siquiera corresponde hacerlo, porque la Semana Santa ya pasó y como dijo en un telegrama cierto comerciante muy citado de Ciutadella de Menorca, con motivo de las fiestas de San Juan, porque no había recibido la tela encargada a unos almacenes de Barcelona para confeccionar vestidos a sus dos hijas, como dijo, digo, cierto comerciante: «San Juan pasó, San Pedro encima y mis hijas desnudas».