Se da al menos una posibilidad entre cien de que después de este mundo nos espere otro. Sin embargo esta peregrina eventualidad es de una importancia extrema, tanto que relega las otras noventa y nueve a un segundo término. De hecho es la única cuestión en el curso de nuestra existencia que nos debería preocupar, ocupar y post ocupar.
Hay sin embargo, en general, una aversión indescriptible a oír semejante aserto, nos empecinamos además en desvirtuarlo, cuando no puede haber, verdad, dádiva mejor que seguir más allá vivitos y coleando. Somos vitalistas y nos encandila tal posibilidad. …Pero, amigo, esta posibilidad conlleva al parecer en su reverso las evaluaciones de nuestro comportamiento y conjeturamos -digámoslo ya- un posible suspenso, lo que nos pondría en un grave aprieto... Este es el motivo por el cual desdeñamos la posibilidad de la vida y preferimos la muerte.
La posibilidad de poder respirar quien sabe si eternamente no es en realidad de una entre cien, sino que son más. Si fuera que se detectan por los senderos del mundo solo vagas huellas, afirmativas, me dedicaría ahora mismo a otros menesteres, pero la posibilidad de exámenes a final de curso se incrementan por señales incluso más tangibles que las propias pisadas: miles y miles de fenómenos religiosos, contrastados, aquí y allá, así lo manifiestan. Tales prodigios demuestran incontestablemente que el porcentaje supera con creces la unidad.
Censuro a numerosos pensadores por omitir en sus disquisiciones a esos fenómenos como pruebas evidentes de un mundo alternativo a éste. ¿Cómo es posible que ignoren en sus postulados algo que es casi definitivo? ¿Cómo es posible por ejemplo que Bertrand Russell exhiba un libro titulado «¿Porqué no soy cristiano?» y no mente siquiera entre los pros y los contras de su terna tan demostrativos portentos?
Russell, como otros tantos analistas, refutan los prodigios y los milagros por no poderse demostrar científicamente y ante una manifestación divina alegan que es un fenómeno natural todavía incomprensible... No es frívolo, sino patético.
Asimismo muchos de estos pensadores confunden a Dios con la Iglesia, cuando el trecho entre uno y otra es tan distante como el cielo con la tierra. Dios es divino y la Iglesia, terrenal. Para demostrar lo fútil de la cristiandad uno debe tenérselas con Cristo, no con la Iglesia. Es pueril o corto de luces indagar la verdad a través de ciertas irregularidades eclesiásticas. Es sencillamente adjetival. Lo sustantivo se debe buscar en otras latitudes, la Iglesia es al fin y al cabo solo el restaurante de Dios y los clérigos sus empleados. La curia se limita a preservar las recetas y a servir el menú de la semana y santas pascuas. Sin ella el mensaje divino no hubiera tenido continuidad, es por consiguiente absolutamente necesaria. Quizá alegará usted que a veces no lava la loza ni baldea el local ni blanquea las paredes, etcétera, …pero la comida sigue siendo en cualquier caso divina. El deterioro que puedan originar sus atmosféricas maneras no debería ser motivo de repulsa. La Iglesia debe dar ejemplo civil, como los ayuntamientos o los cabildos, no celestial como se pretende. Son exigencias partidistas e incluso malévolas pedirle más que a las otras entidades. Tampoco es substancial si las Sagradas Escrituras tienen pelos y señales que no concuerdan en género y número con deducciones adscritas al puntilloso punto de mira de la oposición. Cristo con sus estratosféricas maneras no solo las trajo, sino que se ocupa de salvaguardarlas desde arriba,…de lo contrario sería un papanatas, ¿cómo va a descender a la Tierra para que se las mangoneen o tergiversen?... ¿Es obvio, no? El dilema no es otro que desvelar si Cristo es Dios. Esta es la cuestión. Y la respuesta más ajustada, tras un trillón de horas de debate, no sería otra que los fenómenos religiosos demuestran inequívocamente donde, de qué lado, se ubica la Verdad.
Convendrá conmigo que no estoy perorando si solo uno de ellos es cierto,…a no ser que se empecine usted en negar tal evidencia. Ahora bien, si todos son engañifas entonces, quizá, mandaría estos folios a la papelera. Y digo quizá porque no solo las manifestaciones extraterrenales demuestran que Cristo es Dios, sino que hay otras, terrenales, abrumadores y racionales, como veremos, que también lo indican.