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¿Tiene caldereta sin langosta?

El sexo de los robots

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Hace un par de años, la Foundation for Responsible Robotics publicó un interesante estudio sobre nuestro futuro sexual con robots. En el documento se repasaba toda la literatura científica sobre el tema escrita por filósofos y expertos en ética, así como se recopilaban los testimonios de periodistas, trabajadores sexuales y responsables de empresas dedicadas a la construcción de estos robots. Hasta la fecha se habían realizado solo dos encuestas sobre la materia en Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y Holanda. Los datos que arrojaban eran muy dispares. Entre el 9% y el 75% de las personas consultadas estarían dispuestas a tener sexo con robots. En una de las encuestas, un 86% de los entrevistados opinaba que los robots podrían satisfacer sus deseos sexuales. El colectivo masculino se mostraba mucho más propenso a aceptar esta posibilidad. El extraordinario desarrollo de la inteligencia artificial podía llegar a diseñar «robots de compañía» que asumieran personalidades programadas a gusto del consumidor. A pesar de que los expertos consideraban que posiblemente este mercado quedase reducido a un grupo reducido de fetichistas, el informe alertaba del peligro de que el sexo con robots se convirtiera en algo habitual, cambiara nuestra forma de relacionarnos y terminara por ser aceptado como una forma más de desarrollar la sexualidad.

El extraordinario desarrollo de la robótica va a propiciar cambios sustanciales en el futuro. Según un estudio realizado por McKinsey Global Institute, se estima que 800 millones de trabajadores serán reemplazados por robots en 2030. Una quinta parte de la fuerza laboral del mundo se verá afectada por el avance imparable de la industria robótica, especialmente, en los países más desarrollados. Estos nuevos seres estarán programados para desarrollar múltiples funciones, entre ellas, las relacionadas con el trabajo sexual. Quizá nos parezca algo irreal pensar en esta posibilidad. Sin embargo, existen varios locales en España que ofrecen servicios sexuales con muñecas de silicona. El hecho de que los robots nos ofrezcan una compañía íntima plantea numerosos problemas éticos. ¿Qué ocurrirá cuando el comprador quiera que el robot tenga la apariencia de un menor de edad? ¿Y cuando desee que el robot ofrezca resistencia para «simular una violación»? ¿Es posible que la creación de robots sexuales enfocados al público masculino sea una forma de reforzar las relaciones de poder, desigualdad y violencia? ¿Estaríamos permitiendo una nueva modalidad de prostitución que cosifica a las mujeres? Estas cuestiones redundan en otra más preocupante: los robots sexuales no juzgan al cliente y nunca dicen que no. Basta apagarlos para prescindir de su compañía. Cuando el sujeto quiera, puede acceder a sus servicios y someter el robot a cualquier tipo de vejación. Estos motivos impulsaron a Kathleen Richardson, profesora de Ética y Cultura de Robots e Inteligencia Artificial de la Universidad de Montfort (Leicester, Reino Unido) a lanzar en 2015 la mediática «Campaña contra los Robots Sexuales». La profesora denunciaba la falta de moralidad de estos robots porque, en definitiva, solo servían para que algunos hombres perpetuaran una relación de poder sobre una mujer que no supusiera ningún compromiso ni complicación.

Si el desarrollo tecnológico permite la creación de robots a nuestra imagen y semejanza que desempeñen muchos de los trabajos que ahora realizamos, ¿nos veremos obligados a reconocerles derechos? ¿O los trataremos como mano de obra que no cobra, no cotiza y no protesta? Hace mil años, nadie se planteaba tener derechos civiles, votar en elecciones democráticas y tener garantizados unas prestaciones sociales básicas (sanidad, educación, justicia, etc.). No podemos imaginarnos qué va a ocurrir dentro de cien años. Sin embargo, es posible que tengamos que mirarnos en el espejo y plantearnos esta pregunta: ¿qué debemos hacer con los robots? Si consideremos «humano» aquello que siente, piensa y sufre, es muy probable la ciencia llegue a desarrollar una inteligencia artificial que cumpla estas características. Quizá sea el momento de recordar las palabras del agente Deckard, al final de la magnífica «Blade Runner», tras observar la muerte del replicante Roy Batty: «En estos últimos momentos, él amó la vida con más intensidad que nunca, no sólo su vida, la vida de todos, mi vida. Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que el resto de nosotros: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuánto tiempo me queda?».

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