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Contigo mismo

Cuando Manolo se te murió en la Explanada

La verdad... Es jodido... Te jubilas... Aún puedes. Y te da por reflexionar sobre tu vida... Y usas el kid (¿se escribe así?) que te regaló un buen amigo, José... No sabes si poner el apellido. Y tú, inocentón, pues eso, que a usarlo... El susodicho consistía en un juego de petanca y comida para palomas. ¡Qué mala leche! Y a ti, que te enseñaron a obedecer, pues eso (lo has repetido ya dos veces) vas a la Explanada, para usarlo... Y te sientas junto a Manolo... Manolo, para que nos entendamos, es un caballero que se sienta en un banco, cuando el Sol le acaricia la vida... Y tú le cuentas tu susodicha... Y él resiste o resistió. Porque un día se te quedó como quieto... Y lleva tres días ahí, sin hablarte, y tú de qué vas Manolo... Puede que le jodiera lo mucho que hablas o la edad o el desamor... O las tres cosas al unísono. O ese calor de sol, sí, porque no fue suficiente, porque no era humano...

Las palomas suplen manos de ternura...

Sigues... Malos recuerdos a tu derecha... En el Cós de Gràcia...

Pero, en ocasiones, la vida, juguetona, te sorprende... Taquilla del Teatro Principal. La taquillera, encantadora, va y te espeta: «¿Está usted jubilado?». Y tú, pues eso (tercera vez) que le preguntas y cómo lo ha notado y ella que calla y os echáis unas risas. Tres euros de descuento. Y cuando sales te das la vuelta y ella te sonríe, como pidiéndote perdón y tú que no, que ha estado gracioso... ¡Y qué bonito pagar tres euros por una sonrisa! Hay empatía... Hay complicidad... Puede que un título valga más... Sin embargo no es lo mismo...

La vida ya es otra...

Cada gesto importa, en una taquilla, en un aula, en un hospital...

Y repasas tu vida... ¿Lo hiciste bien?

Al recordarla tienes la pertinaz idea de que sí, en la medida en que te dejaron...

No era fácil amar... Bailar pegados era una utopía... Sargentos, los hubo... Como Fermín, el portero del teatro que alumbraba las primeras caricias... Como la tía de quién sabe –se llamaba Carmen- que medía las distancias... Como alguien que te prohibía cantar en Semana Santa, aunque fuera Pascua de Resurrección... Como...

Tiempo de... ¿De qué?

¿Y hay alguien, todavía, que lo añore?

Marcha verde... Estabas en una pensión, en Barcelona, calle Provenza... Estudiabas en la Universidad...

Y van y que piden por ti...

Y tú que vas...

Y te advierte, el militar que, aunque tengas una prórroga por estudios, que estás militarizado y que has de fichar cada día y que, en un santiamén, te pueden llamar para ir a matar a Marruecos... ¿Nadie se acuerda de eso? ¿Esos que reniegan del régimen del 78 desde su enorme pedantería...? Luego el tío se va, cantando «Soy el novio de la muerte» y tú, ¡vale!, con la cantidad de tías buenas que hay por ahí. Parece ser que se casaron y que él la espicho...

No era fácil, vivir, entonces...

Pero...

Desde vuestra demencia y olvido colectivos, nadie parece evocar ese amor imposible, ese militar llamando a una puerta, esos hombres –verdugos y condenados- que fueron capaces de sentarse en una misma mesa, esa gente de altura moral, esos que no sé ya, hoy, dónde están...

Puede que os falte Fermín, para que, con su linterna, os alumbre y ponga en evidencia, no vuestros primerizos actos de amor, sino la oscuridad de vuestras miseria... ¡Ojalá alguien ilumine algo!

Porque, tal vez, Manolo, republicano y esperanzado, a la postre, se murió de eso...

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