En el año 2016 las investigadoras Maryam Kouchaki de la Universidad de Northwestern y Francisca Gino de la Universidad de Harvard publicaron un interesante estudio sobre cómo actúa nuestra memoria ante las acciones poco éticas. En una de las pruebas, seleccionaron a 279 estudiantes para que realizaran un ejercicio muy simple: tenían que adivinar el número que iba a salir al lanzar un dado de seis caras a lo largo de veinte tiradas. Cada vez que adivinaban el número, recibían un premio de 20 dólares. Los investigadores formaron dos grupos de estudiantes. El primer grupo estaba obligado a decir el número que habían elegido antes de la tirada del dado. En cambio, el segundo grupo solo debía comunicar si se había cumplido su previsión o no. De esta manera, el segundo grupo podía mentir fácilmente y llevarse una suma de dinero. Después de realizar esta prueba, todos los participantes debían completar un cuestionario sobre el auto-concepto moral y su posible incomodidad psicológica. Los participantes tenían que ponerse nota en muchos aspectos. ¿Se considera usted moral, generoso, cooperativo, servicial, leal a los demás, confiable y respetuoso? ¿En qué medida se ha sentido incómodo, molesto, enojado consigo mismo o avergonzado? Los investigadores constataron su hipótesis: las personas que pertenecían al grupo de participantes que podían mentir tendían a reflejar una mayor sensación de malestar en sus respuestas. Sin embargo, días después, se volvió a interrogar a este grupo acerca de los recuerdos que tenían de la prueba. Apenas recordaban los detalles. Algún mecanismo cerebral había estado actuado para deshacerse relativamente rápido de la información sobre lo ocurrido. Incluso los investigadores constataron que, en pocos días, el grupo de «mentirosos» se sentían igual que bien que el resto de participantes.
¿POR QUÉ OLVIDAMOS pronto aquello de lo que no estamos orgullosos? ¿Existe algún mecanismo cerebral que diluye en la memoria los comportamientos poco éticos? ¿Debemos esforzarnos en recordar aquellos comportamientos que nos avergüenzan? ¿Nos protege el cerebro para que sigamos teniendo un buen concepto de nosotros mismos? ¿Qué importancia tiene la autoestima en la construcción de la imagen que proyectamos a los demás? El estudio de Kouchaki y Gino supone un avance decisivo en el análisis científico de la deshonestidad, la memoria y la toma de decisiones. Las investigadoras constataron la existencia de la llamada «amnesia no ética», según la cual las acciones poco honestas, desleales o malvadas tienden a olvidarse. Este mecanismo de autodefensa se utiliza para aliviar la disonancia que experimentamos cuando actuamos de forma deshonesta. Cuando los participantes mintieron para ganar dinero, se produjo en ellos una incómoda sensación. ¿Qué es lo que he hecho? ¿Cómo debería haber actuado? Aunque los tramposos tuvieron una sensación desagradable, el estudio constató que, en muy poco tiempo, olvidaban esa experiencia. La amnesia moral les mantuvo a salvo de una situación incómoda: constatar una y otra vez que no eran capaces de cumplir con un comportamiento virtuoso. En cierta medida, el cerebro 'borró' sus trampas y mentiras para dificultar el recuerdo de que no habían estado a la altura de lo que se esperaba de ellos.
«EL HOMBRE ES un ser social por naturaleza» decía Aristóteles hace más de dos mil años. Vivimos en una sociedad compleja que postula unas virtudes de comportamiento. Nuestra necesidad de autoestima se ve afectada, en cierta medida, por la percepción moral que tenemos de nosotros mismos. Es cierto que la amnesia moral nos ayuda a olvidar nuestras pequeñas maldades. Sin embargo, si persistimos en esta forma de actuar, nunca reflexionaremos sobre las consecuencias de nuestro comportamiento. Si nunca nos vamos a sentir avergonzados, ¿por qué habríamos de actuar correctamente? ¿Qué nos llevaría a ser leales, honestos, generosos? Es posible que, con el paso del tiempo, lleguemos a pensar que «somos unos tíos estupendos» porque nada en el cerebro nos recordará que hemos actuado de forma deshonesta. Con el paso de los años, esta espiral nos conducirá a un callejón sin salida en cuyo final habrá un espejo que nos devolverá una pregunta: ¿en qué me he convertido? Quizá sea el momento de recordar las palabras del escritor francés Blaise Pascal: «Si no actúas como piensas, vas a terminar pensando como actúas».